De las posesiones y los vivientes

22 Sep

Foto: Samuel Bravo

Sentada sobre una roca granítica escribo sobre los vivientes de El Coligüe. De los de antes y los de ahora.

Para llegar a esta localidad atravesamos quebradas pobladas por matorrales, cactus, árboles y algunos habitantes, pasando por caminos de tierra por los que transitan pocos vehículos. Vinimos desde Illapel, tomamos el camino que lleva a Combarbalá y nos desviamos rumbo a Los Rulos serpenteando por una ruta arcillosa que subía por los cerros dejando a la vista la cordillera de Los Andes. Un poco desorientados nos encontramos a uno de los pocos moradores del sector. Su cabeza cana vestía con orgullo una chupalla de paja. Con sus ojos amables, nos tranquilizó: “Yo les voy a indicar y no se van a perder nada”.

“Ustedes siguen derechito no más”, dijo mostrándonos un intrincado camino de curvas. “¿Ven esas posesiones que están ahí en el cerro? Esa blanca. Hasta ahí llegan y le preguntan al viviente. Él maneja lo del sendero porque ahora hay que ir con guía”.

Primero paramos en una casa muy humilde, ubicada a un lado de la escuelita de El Coligüe. Una mujer nos señaló que deberíamos seguir un tramo más, usualmente ella también recibía a los visitantes, pero ahora no había nadie que pudiera hacer de guía, dijo mientras dos niños se escondían dentro de la casa. Afuera un perro negro enfermo, se echaba sobre basura desperdigada en el lugar.

Llegamos a la próxima casa y salió Pedro, con un loro sobre el hombro a saludarnos, interrumpiendo el comienzo del asado dieciochero. Nos acompañó en su camioneta, a la que se subieron también el hijo, Guillermo, y una sobrina que vino desde Antofagasta. Nos explicó cuáles eran los senderos de los petroglifos, que estaban marcados con una hilera de piedras a cada lado, y se despidió.

No alcanzamos a dar dos pasos y nos encontramos con los primeros petroglifos, que Pedro nos informó pertenecían a las culturas Molle y Diaguita (los primeros antecesores de los segundos). Mapas de ubicación, animales, figuras humanas, plantas, máscaras y dioses formaban parte de estos universos ancestrales grabados en las piedras de El Coligüe, perdidos entre cactus, litres, guayacanes y colliguay. Dimos pocas vueltas y encontramos decenas de estos dibujos en distintos estados de conservación.

Miramos desde lejos Los Andes, con sus escasos manchones de nieve por el invierno seco que ya se acaba con las fiestas patrias, Chile, chicha y empanadas.

Los vivientes de antes: nómades que llegaban para cazar. Ahora el guanaco es escaso y hay algunas iniciativas para reinsertarlo (wanaku.cl).
Los de ahora siembran trigo, tienen un par de almendros en flor y consiguen agua de vertientes subterráneas. Para un buen número su ingreso principal es la pequeña minería, por eso se pueden ver grandes cuevas en la roca sobre algunas de las casas.

Nosotros, los campistas, en auto y con carpa, vinimos a saludar a las almas de todos los vivientes de esta zona rica en arqueología e historias.

Cosas para recordar:
1. Pedro tenía a un loro de mascota, que se instalaba sobre su hombro y se quedaba ahí.
2. También escuchamos a otros loros en el sector que no habían sido domesticados, vimos a un carpinterito y por la noche escuchamos todo tipo de graznidos, trinos y lamentos de burros.
3. Sector El Espino: Petroglifos con figuras abstractas.
4. Sector Las Águilas: águilas dobles y triples.
5. Sector Los Sandillones: Lugar ceremonial. Se registra lo que podría haber sido una incipiente domesticación de guanacos.

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