Colección pequeños y grandes traumas: la tía Marisol

18 Oct

“¿Eres un niño preguntón?” Titulaba el anuncio de un concurso infantil en la revista Paula. Llamó mi atención en seguida. Sí fui una niña muy preguntona. La etapa de los por qué me duró toda la vida. Lo mismo me valió varios porrazos. El primero de ellos fue en la escuelita básica, la queridísima y falsamente afrancesada Le Monde, cuando tenía casi cinco años.

Me habían movido a primero básico, con la esperanza de que me dejara de joder, que el kinder era fome y me aburría todo el día. La tía de kinder trató de sobornarme, prometiéndome la candidatura a reina de ese año. Cohecho contra un menor. Ya era demasiado tarde, me cambiaba a primero y ninguna señora podría comprarme con una idea tan barata.

Era la más pequeña del primero básico. Cuando llegaban los inspectores del Ministerio de Educación, debía visitar a mis ex-compañeros y volver a cantar con ellos como si nunca me hubiera ido. Mis compañeritos del primero me protegían y todo marchó bien. Mis notas eran puros MB, muy bueno, nada de S (suficiente) o Súper Malo (eso no existía era Insuficiente no más), así que me quedé.

La profesora jefe era de lo más extraño. Todos los días nos preguntaba ¿quién es la tía más bonita? A lo que debíamos responder en coro: la tía Marisol. Pasaba peinándose y mirándose al espejo. Igual tenía un aire a Blanca Nieves (¿o a la bruja?) y espero que le hayan dado una manzana con aftas (si, hubo epidemia de fiebre aftosa, pero eso es otro capítulo).

Un día que amanecí más preguntona de lo habitual, la saqué de sus casillas y me castigó en el patio, parada bajo el sol. Y al parecer no era raro que ella impusiera esa penitencia a los niños del curso, que no superaban los 7 años. Después de todo, no fue tan grave, el sol no estaba nada mal y no me volvieron a castigar, porque probablemente  no volví a preguntarle ni su nombre a la joven narcisa.

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