No time

24 Oct

Inés Suárez, la apasionada

El lunes se me congeló el almuerzo, y no fue por la falta de microondas en mi preciado templo del trabajo, si no por la noticia de un escalador amigo que se fue en su ley, tragado por un acantilado en las montañas de Arequipa, muy lejos de su natal España. Apenas lo conocí, sin embargo, fue muy amigo de mis amigos, lo que hace igual de válida mi pena. Y se siente la pérdida cuando se trata de algien que estaba tan conectado con la tierra nos deja. A él y a la amiga que nos lo presentó, les dejamos este abrazo.

Muchos eventos colmaron las horas, los días. El asalto frustado a Daniel, que terminó con dos jóvenes delincuentes pateados y humillados, más una gran crónica llena de furia contra la propaganda electoral y los pobres desalmados que no saben ni robar. La abrupta desvinculación de mi compañera de escritorio, que tiene múltiples elementos de teleserie venezolana -mellizos incluidos- y aún por aclarar. Los talleres no tan bienvenidos por desmotivados colaboradores, poco valorados por la empresa. Sesiones de kinesioterapia que me tendrán al volante otra vez en cualquier minuto. Disquicisiones sobre lo lejana que ha sido la muerte en mi vida.

De todos mis miedos, innumerables, el de la muerte es el único que no entra en mi diccionario. Siempre he tenido la premonición de que moriré vieja (como la tuvo también Inés de Suárez. Nota aparte: bájense Inés del Alma Mía, lo pondré en mi torrent). Pero si que temo al dolor, a la soledad a veces tan esclarecedora, a la oscuridad, al orden, a la virtud, a casi todo en esta vida.

Por hoy, agradezco a la ira que se enciende de a poco. A la rebeldía, a la irreverencia. Al me cago en la madre y el padre. Y sigo escribiendo weas, hasta que se me vaya el aliento, con todas mis fuerzas, aunque me falte el tiempo.

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