Capítulo otro: El Paine

6 Nov

¿Cómo es que una mujer con estudios universitarios se va a trabajar por 2 chauchas de guía a un Parque Nacional? Lo bueno es que no era la única. La mayoría de las guías tenían otras profesiones: diseñadoras, profesoras y economistas/ambientalistas. Todas en busca de esa conexión con la tierra, una conversación con la madre.

Un año antes guardé el anuncio de una convocatoria parecida. Esta vez tuve el empujón que necesitaba, Samu se iba a trabajar a la Patagonia, mi jefe me ofreció la libertad de común acuerdo y me aceptaron en la escuela de guías del Salto Chico (no hay para qué hacerle propaganda).

No alcancé a arreglar bien mis asuntos. La casa quedó rentada a unos amigos que cuidarían a Gatísimo y con la indemnización bajo el brazo, tenía cierta holgura para irme a la cresta.

Punta Arenas me recibió con un día de invierno despejado, sin nubes en el cielo, cuatro grados bajo cero, la brisa fría en la cara. Desde el avión se veía la punta del Fitz Roy escarchada. La noche fue aun más sorprendente, con una luna llena inmensa que iluminaba un estrecho de Magallanes profundo, disfrazado de calma.

Nos trasladamos a Puerto Natales y luego al Parque. La escuela de guías fue como vivir de vacaciones. Las primeras semanas fuimos tratados como viajeros, de ahí tendríamos que concentrarnos en aprender las rutas y otras informaciones sobre el parque, además  de soportar tener sólo 2 días libres cada 15 por casi 3 meses, lo que no estaba en los planes y reclamé hasta que me dio hipo porque parecía demasiado buen negocio lo de la capacitación pagada, pero nos cambiaron los 15×5, que ya eran lo suficientemente extenuante, por un 15×2 de castigo para novatos.

Me torcí un pie en la ruta más fácil, el mirador del lago Grey. Esguince leve dijeron los de la ACHS, tres días de licencia. ¿Cómo volver a caminar con el pie dolorido? Miedos de lesiones pasadas vinieron a mí. Supliqué por más días de descanso. De vuelta en el parque, me regalan un par de días más.

Voy al río Paine y le pido que me cure. Un viento dibuja suaves olas en mi playa. El ruido llega con palabras arrachadas. Hundo el pie por cinco segundos en las aguas gélidas. A pocos metros una pareja de quetrus se acicala al sol.

Creo que este lugar puede ser mi casa por un rato, así que le pido al Paine Grande que sane y renueve mis pies para recorrer sus senderos, cerros, pampas.

El vocabulario completo dormido en mi carne balbucea sin sentido, esperando que las aguas vuelvan a perder su calma, se arrebaten y rompan con su fuerza el silencio glaciar de mi pluma.

Capítulo Paine  -> continuará

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