La explotación del proletariado y mi comunismo recalcitrante

20 Nov

Más porfiada que mula.

Lo siento Camila, realmente no soy comunista, aunque muchas veces lo parezco, pero si soy recalcitrante. Este lunes pensé que me echaban del trabajo por defensora de los pobres o presentaba mi renuncia debido a mi intolerancia con la explotación del proletariado.

Y es que no entiendo -peor que mula- cuando alguien no entiende la ecuación trabajadores felices=mejora de la rentabilidad=crecimiento sustentable=sigue haciéndote millonario pero con una empresa más feliz. Quién me manda también, pero no puedo evitarlo. Aunque mi esquina esté bien, está en mi naturaleza el empatizar con las causas nobles. Si alguien hace un buen trabajo, un trabajo difícil, merece una gratificación de acuerdo a su responsabilidad y al mercado.

Por ahora no me largaron, ni me largué, pero antes de este altercado me mandaron a guiar. No lo hacía desde el Paine y fue una buena experiencia, que te hace valorar el trabajo de todos los que se ganan la vida haciendo que otros pasen un momento agradable y comprendan por un minuto la intrincada geografía de la idiosincrasia chilena, que no proviene de idiotas sin gracia, aunque algunos podemos llegar a ser unos desgraciados incomparables.

Idiotizados por la tele, solidarios sólo para la Teletón, ciegos ante la injusticia cuando no nos toca a nosotros.  Y allá va y allá viene, como dice la canción.

Pero los días se vuelven rocas que vuelan pendiente abajo. ¡No puedo creer que ya se acaba el año! Estoy tan cansada e hiperventilada que me pesa el corazón, se me llenan los ojos de pelusas y mi voz se pone rasposa porque me dedico a hablar todo el día, con algunas personas interesantes, simples transeúntes, desgraciados, egoístas, locos, vende patrias, chinchineros, mentirosos, estafadores y gente bien, un poco de todo para nada. A ver si se queda algo de lo que grito, a ver si el tiempo me da la razón y dejan de considerar a la gente como pasto, que si lo corto sale otro y da lo mismo. Más cuando sabemos que los que entienden no son tantos y que hay que cuidarlos. Que a fin de cuentas no importa lo que creas, hay que respetar a todos porque incluso el idiota tiene un corazón, que no es ese “puro” embustero que nos venden en las 24 horas de amor.

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