El baile de los cóndores

5 Dec

2012-12-05 16.11.46En pleno emo-breakdown, me siguen sucediendo cosas buenas y únicas. Hoy subí a Valle Nevado (si, mi trabajo tiene una parte muy buena que es que me lleva por el día a la montaña o al mar). Es temporada baja, así que  pocos manchones de nieve acompañan  la vista del glaciar Iver y el cerro El Plomo. Las multitudes se fueron, solo quedan algunos funcionarios, por ahí gotean turistas, y el lado salvaje retoma su lugar.

No alcanzamos a estacionar, cuando una decena de cóndores juveniles nos mostraron su rutina, que venían repitiendo por más de una hora. Un adulto con su cuello blanco los vigilaba primero desde abajo, luego desde la cornisa del hotel. Los jóvenes, que todavía no visten el negro pétreo en sus plumas, superaban en porte y peso a su instructora. Los vimos lanzarse y dar giros, abrir sus alas, a veces con torpeza, pero sin perder la majestad de su estampa.

La visión de estos pájaros gigantes bailando sobre las tocas, siempre me trae una sensación de calma. Recuerdo una salida al Abanico, muy cerca de la ciudad. Cuando con José Miguel paramos a comer algo y nos echamos en la tierra exhaustos, un par de cóndores surgió de pronto y nos mostraron sus piruetas. Fue como si bailaran para nosotros.

Los muy buitres no pierden la gracia al volar. Y, en realidad, no puedes moverte de otra forma cuando tu casa es un lugar como Los Andes. En estos días, cuando los novatos nos regalan su práctica de vuelo, pienso en la dulzura de la libertad.

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