Colección pequeños y grandes traumas: Villa Trinidad

10 Feb

trinidad001Tenía casi 3 años y mis padres decidieron ir por el sueño de la casa propia. Eso fue en 1982, por lo que imaginarán que no fue tan buena idea. Se encalillaron (endeudaron) hasta las masas y ¡en UF!, justo antes que la famosa Unidad de Fomento se fuera a las nubes. Tuvieron que repactar la deuda en tres veces su valor y terminaron de pagar cuando sus hijos ya estaban en la Universidad. Como dice Condorito, ¡plop!

Llegamos con todas las esperanzas a cuestas a vivir a nuestra pequeña casa de ladrillos de tres dormitorios en La Florida, “emergente” comuna que en esos momentos no era una de las más pobladas de Santiago y tenía más parcelas y terrenos baldíos que “villas” nuevas.

A los pocos meses, un campamento se tomó los terrenos de atrás y empezaron los problemas. Ni pensar se podía porque los angustiados te robaban hasta las ideas, los colgantes feos estilo macramé hechos en la clase de técnicas manuales, las plantas, la bicicleta, los patines, la tortuga, el choapino, prácticamente todo.

A los vecinos de atrás los tenían de caseros, por lo que muchos abandonaron sus casas, lo que les facilitó el paso a los malandrines. La mía colindaba con la plaza de juegos, por lo que era el blanco perfecto para salir de caza. De vez en cuando, nos hacían unas visitas cariñosas: chao tele en colores y reloj despertador.

[Seguro que esta historia ya la conté pero ahí va de nuevo –>] Un día oímos dos disparos al aire. Habían pillado a uno con las manos en el botín y, en su fuga, el ladrón que con suerte tenía 20 años decidió pasar a echar la talla. Como cayó en el tendedero, agarró las pilchas que pudo, incluyendo mi roñoso polerón favorito que tenía una Olivia de Popeye dibujada. Mi madre salió y le tiró un par de platos con pésima puntería. Pero cuando se acercó a ella, en vez de huir, lo esquivó y lo tomó del cuello de la chaqueta de cuero y empezó a darle patadas mientras lo tapizaba a chuchadas. “Qué te creís CTM” fue lo más suavecito que le dijo. Pero el tipo logró zafar y cual atleta olímpico saltó de un brinco el portón negro de 2 metros que lo separaba de la libertad.

El lado bueno de la historia es que nunca tuve oportunidad de ver a un ratero más de cerca y por suerte no estaban armados como ahora.

ladron

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