Fábulas de la Reconstrucción, parte 3: La habitación del queso

21 Jul

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La luz de la calle se refleja sobre el suelo cubierto de polvo, en los pequeños espacios donde no hay pilas de escombros esperando ser desechados. Está atardeciendo y una luz rosada ilumina fuerte las ruinas de mi casa.

En esa atmósfera palidecen los vestigios de una habitación de niño, con papel decomural con burros, conejos, tortugas y árboles, que descubrimos al sacar un sobremuro y los azulejos de la cocina. ¿Cuándo vivió este niño? ¿Quién era? Sólo sabemos que la casa existe desde 1949 y que mucho antes formó parte de una casa más grande.

Lo más curioso es que nos enteramos de la existencia de un subterráneo, ahora saturado de escombros y cemento. Samu me muestra con una linterna la losa y las cadenas cortadas de lo que fue antes el techo de ese escondite. Por la noche, sueña que el vecino montañista que siempre nos saluda cuando sale en su bicicleta tiene un subterráneo tan grande que pasa bajo nuestra casa.

Él y otros vecinos han pasado a saludar, atraídos por el ruido y el escándalo de la reconstrucción. El señor de la bici es nieto del antiguo dueño y dice que en ese zócalo muchas décadas atrás se guardaban los quesos del almacén que existió ahí, cuando no era tan común tener refrigeradores. Siento ganas de extraer los escombros y rescatar ese rincón, pero llenaríamos varios camiones antes de lograrlo.

La casa guarda sus secretos y nos delata pistas inciertas de su pasado. Una mitad del muro de adobe, la otra de ladrillo, otro de adobillo cuando lo suponíamos tabiquería, varias vigas de raulí. Estructuras de más y otras de menos. De a poco se va armando el puzzle, mientras historias viejas y mundos paralelos nos visitan en los sueños.

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