Cambio de puesto

7 May

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Todavía no aprendo a tomarme selfies en el ascensor.

Anoté en mi mano: “cambio de puesto”. Despedí a mi coach y seguí pensando en nuestra conversación acerca de ese interruptor que se activa tan rápido que casi no te das cuenta y ese switch del cambio de perspectiva. Es tan fácil decirlo: si no puedes resolver un problema, cambia tu forma de verlo. Pero cuando estás bajo la nube es imposible ver las luces, especialmente cuando llevas incorporada una tormenta de pesimismo.

Mi nuevo trabajo me recibe con los brazos abiertos. Una seguidilla de buenas noticias me mantienen en una euforia casi irreal. Para no perder el impulso, cada semana me siento en una mesa distinta. Mis compañeros son jóvenes, alegres, se juntan los fines de semana y suben videos cantando canciones con la lengua traposa. “Despacito, pasito a pasito”. Me parecen entrañables, auténticos, idolatro su goce y hasta les perdono que les guste el reggaetón. Quiero convertirlos a todos en personajes de cuento.

Al final del día algunos celebran en algún bar, mientras yo pedaleo a casa. El ritmo de dos ruedas tiene su magia. Esquivo a un borracho con la mirada perdida en el suelo, que aprieta una lata de Coca-Cola en la mano y avanza con extravagante convicción, es un loco heroico. En la vereda del frente un perro arranca para correr libre por unos minutos y su dueño lo llama a gritos. El viento despierta pero no cala. Por un instante siento que puedo ser feliz con una vida normal. Ir de la casa al trabajo y viceversa.
Surfeo con gracia mi mar de historias, sincronías, desencuentros. La euforia inicial da paso a una calma que podría ser muy bien la previa al sacudón. Ante cualquier evento, estoy preparada para saltar de mi tabla si aflora el miedo y pierdo el equilibrio, pero también para continuar deslizándome si esta pequeña ola me acerca hasta la orilla correcta.

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