Colección pequeños y grandes traumas: el casette

13 Oct

A estas alturas se preguntarán si pasó algo feliz en mi infancia. Y si, pasaron muchos días buenos, pero ahora está más entretenido buscar con mi memoria selectiva esos momentos negros que dejaron alguna huella en mi corazoncito de niña.

El mayor bullying infantil, me lo hizo mi propia familia. Dentro de casa, era famosa por mis exabruptos o rabietas, gritos varios, reclamos por todo lo que consideraba una injusticia. Cada vez que preguntaba por qué no podía ir a tal lado o quedarme en casa de alguna compañera la respuesta era “porque no”, a lo que no había más que alegar. Con la educación prusiana y cómo eran las cosas antes para los niños, esto era lo más común. Ninguna opción para negociar.

Desde que nací fui rabiosa, durante mis primeros meses lloraba sin motivo aparente, razón por la cual los vecinos me apodaron la llorona. Aunque nunca fui la malcriada que hacía una rabieta en la calle porque no le compraban algo, si sentía todo el tiempo que nadie comprendía mis intenciones. Esta falta de empatía me llevó a pelear en exceso con mis padres y ganarme más cachetadas de las que hubiera querido, por insolente, por hincha pelotas, repetitiva, tratar de sacarlos por cansancio.

En una ocasión, quería dormir temprano. Tenía que levantarme a las 6:30 para ir a un colegio que odiaba, pero mi abuela, con quien compartía pieza, quería seguir leyendo uno de sus eternos mamotretos (del tipo “el pájaro canta hasta morir”, “lo que el viento se llevó” o la biblia, que guardaba bajo la almohada, no sé cómo dormía), por lo que tenía la ampolleta prendida. Como no pensaba apagarla, comencé a gritar como un lamento “apaga la luz… apaga la luz… apaga la luz” por unos 20 minutos. Al rato, vinieron mi madre y mi hermana y me pusieron un casette que habían grabado con mis lamentos durante todo ese tiempo.

No sé qué me molestó más, que me grabaran o que no consideraran para nada que necesitaba dormir sin luz.

No comments yet

Leave a Reply