Fábulas de la reconstrucción. Parte 5: Resistencias

8 Aug

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Llegó la lluvia. Abrimos la puerta y entró tímidamente el agua a nuestra habitación. Toallas al piso y alarma general. Sabía que sucedería, el pronóstico lo había anunciado una semana antes, pero como siempre, el aluvión me pilló desprevenida. En medio de la exagerada reacción mía, Samuel intentó heroicamente instalar una canaleta para frenar la ducha que nos caía a pocos metros. Como resultado quedamos mojados y medios resentidos. Tomamos un té frío y nos arreglamos de camino a mi trabajo. ¡Qué difícil soltar! En el fondo,a pesar de mi exageración y los desajustes que causé, todo estaba bien.

Han sido semanas de muchas emociones y, cómo no, si una de mis debilidades históricas es el manejo del estrés. Samuel ha llevado todo el peso de la reconstrucción en sus hombros. Hace un par de semanas, yo ni sabía que existían los tornillos para vulcanita… Y aunque soy bien poco aporte, este proceso también me quita el sueño. Si hasta el proyecto entero estuvo peligrando, cuando uno de los vecinos reclamó que le robábamos el sol. Unos centímetros más otros menos, ¡gracias al universo! finalmente decidió olvidar el asunto y quedamos todos amigos, invitados al asado de inauguración, que esperamos suceda en un par de meses.

A pesar de los nervios, las últimas semanas han estado llenas de lindas sorpresas. Sumamos el apoyo incondicional del vecino montañista que siempre se pasea en su bicicleta con una sonrisa a flor de labios. ¡Participé y gané! una comida en Rocoto Delivery gracias a abretuboca.com, un sitio ñami, con recetas y columnas para chuparse los dedos; el dueño de Quesos La Lechería me regaló medialunas congeladas porque no le habían llegado las frescas y hasta me indicó cómo dejarlas crujientes para servir; y gracias al súper exclusivo diseñador Kevin Kobek conseguí un vestido de puta madre para el matri-despedida de Montse e Ignacio. Y todo eso gratis. Otra prueba de que es mejor tener amigos que dinero. (Dato: el domingo 11 de agosto hay una gratiferia en el Parque Bustamante, donde puedes ofrecer un servicio a cambio de algo que necesitas o simplemente regalar lo que no usas, dejando espacio para lo nuevo).

La terapia de la constru ha sido abrupta, devastadora y al mismo tiempo genial. Me ha puesto los nervios de punta, me ha hecho odiar lo que no vibra con mi esencia, rabiar con todos y todo, meter las patas una y otra vez y entender que la verdadera urgencia es encontrar mi lugar. También me enseñó que cuando te sientes agotada, confusa y colapsada, no hay mejor medicina que un abrazo para devolverme los choros al canasto.

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