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El cowork de Ourense

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Nada más bajar del tren fue un estallido de felicidad. Marco, chileno cosmopolita que residía en Ourense, fue a recibirme a la estación. Junto a él estaba Flavia, otra amiga chilena llegada de Canadá que viajaba por esas fechas. Dejamos el equipaje en el departamento, incluyendo una botella de pisco y unas negritas que llevé de regalo y nos fuimos a dar una vuelta por esa pequeña ciudad gallega. Dejamos atrás la zona residencial y pisamos una calle de adoquines hasta vislumbrar la fascinante catedral del siglo XII que está en medio de la ciudad vieja. Comimos pulpo a las brasas y brindamos por nuestros viajes personales y colectivos.

Al regresar de los brindis, nos hicimos fotos en el ascensor y planificamos nuestros próximos días, incluyendo las horas en que todos debíamos trabajar, por lo que montamos una especie de co-work en la pieza donde Marco tenía su escritorio. Programamos nuestras videollamadas para no molestarnos y nos divertimos con la locura de estar trabajando a distancia.

Para Marco trabajar para clientes al otro lado del Pacífico no es novedad. Lleva un par de años colaborando con una agencia audiovisual de Canadá, donde vivió más de una década. Su sueño era vivir en Europa y llegó a Galicia por la cercanía con sus parientes y porque Berlín se había vuelto algo hostil para los freelancers luego de las primeras olas de Covid, especialmente si no tenías un seguro médico estatal. 

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Ourense es la una de las ciudades españolas con la edad media más alta de toda España (49,2 años) y una de las más longevas, además de tener uno de los ingresos promedio más altos. Es una ciudad tranquila con rentas más que razonables, donde no es necesario sacarse la lotería para encontrar un buen apartamento. Además, es famosa por sus aguas termales y un puente romano que data del siglo I. Por supuesto, uno de los primero planes fue ir a recorrer el milenario puente, así como quemarnos las manos con el agua de Las Burgas. También pasamos una mañana en las termas cercanas, donde la policía de las chanclas nos persiguió y obligó a pagar unos euros para arrendar sandalias, en vez de transitar descalzos por las piscinas.

Algunos días cocinamos en casa y trabajamos hasta pasada la medianoche para coincidir con los horarios de Canadá y Chile. De alguna forma, nos guardamos el cansancio y lo encerramos a punta de risas y paseos, evitando las horas de mayor calor en el “horno de Galicia”. Comenzar el viaje sintiéndome como en casa fue un excelente augurio de lo que estaba por venir.

 

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Cambio de escenario

 

Agosto, 2021. Tomar la decisión de irme de viaje fue difícil. Bueno, mucho más difícil que decidir que película ver en Netflix. Las fronteras se abrían el 26 de julio y yo recién estaba instalada después de cuatro meses viviendo en la turística Pucón. Si caminaba un par de pasos desde mi casa, podía ver el lago y el volcán. La vida era buena, aunque todavía debíamos andar con mascarillas, pero tenía esos pasajes que me había comprado antes de pandemia y habría que usarlos tarde o temprano. Preferí lo último. 

Embalé todo, lo dispuse como un tetris dentro de mi pequeño auto y manejé durante 12 horas a Santiago. Sí, debieron ser 9 o 10 a lo más, pero me topé con unos trabajos en la vía y entré a un Santiago en toque de queda. ¡Pensar que nos prohibían salir!

Volé a Madrid y la recepción no fue la que esperaba. Rechazada. Pasaporte retenido. Todas mis pesadillas de las noches anteriores se hacían realidad. Morena, sudaca, viajera solitaria todos los signos de sospecha que buscan los policías de fronteras. Dos horas después, con la claridad del espanto y luego de haber despertado a las 6 de la mañana al amigo que visitaría en Ourense, tuve una segunda entrevista y me dejaron entrar en España con una carta firmada que probaba mi calidad de sospechosa.

Me quedé una noche en la capital. Comí, comí y comí muy bien, unas alcachofas a la parrilla que quisiera haberme tatuado. Caminé por los alrededores de Malasaña sin saber dónde estaba. Me tomé un cóctel sola en Macera, acompañada de una lista de música que podría haber hecho yo misma. Disfruté mucho esas horas y a la mañana siguiente tomé un tren rumbo Ourense, donde me esperaba el primero de los notables que me recibiría en este viaje.

PD: Las fotos están fatales. Sí, soy cuentera no fotógrafa 😉

Cuando seas grande

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1992

Lo primero que recuerdo cuando me preguntan qué querías ser de chica es que quería ser doctora. No debo haber sido tan pequeña, esto fue como a los 11 años. No llegué a pensar si soportaría ver sangre o muerte porque antes que fuera un deseo definitivo, tuve una revelación. Un hecho fundamental cambió para siempre el curso de mi vida.

Tenía 13 años y estaba en Primero Medio. La profesora de castellano, que también se llamaba Cristina, nos dio como tarea escribir un cuento. El mío resultó tan bueno que me felicitó ante todos y luego me recomendó asistir al taller literario del colegio que recién comenzaba. El taller lo llevaba Charito, también profesora y bibliotecaria penquista, que me abrió una ventana al mundo con los fuegos de Cortázar. La señorita Cristina me animó a participar en un concurso de ensayos nacional para estudiantes sobre Vicente Huidobro. Charito la apoyó y me puso a leer Altazor. Después de la lectura, me encomendé a la virgen y a los santos (en esa época era católica) y me largué a escribir en un bloc de hojas de roneo. Gané el segundo lugar. Fui la más joven de los ganadores. El premio eran muchos libros de poesía y novelas, además de 200 mil pesos, que me pagaban en cuotas mensuales. Una fortuna para una preadolescente como yo. Ese año participé en más concursos, gané un premio municipal de cuentos y quedé seleccionada en Tu Vida Cuenta, Cuenta Tu Vida, para participar en un taller de relatos cortos con la escritora Pía Barros.

Después de eso nunca gané nada más, a pesar que seguí participando en uno que otro concurso. A pesar de eso, seguí escribiendo. Decidí estudiar periodismo. Ahí me llegó la adolescencia maldita, me enamoré, me rompí el corazón varias veces, salí y cuando empecé mi carrera, con apenas 20 años, me dediqué al periodismo de espectáculos, olvidándome un poco de la escritura, aunque era algo que siempre estaba ahí.

Como de esto de escribir es un placer inevitable, en 2005 -año en que también aprendí a nadar- abrí el blog nebulosasmusicales, que luego cambió a escriboweas y a Chimuchina. Seguí escribiendo mi vida en esas páginas, a veces con regularidad otras a goteras. Cuando ya daba mi pasión por perdida, asistí a un taller donde conocí a las dos hermosas mujeres con las que fundamos nuestro taller literario. Este año, en día de reyes, recibí una gran noticia. Mi germen proyecto referencial ganó el fondo del libro, por lo que este año tengo como meta terminar la que espero será mi primera novela.

Teléfono de rueda

phone¿Te acuerdas de cuando no existían los teléfonos móviles? Sí, yo me acuerdo de estos aparatos antiguos que tenían ruedas para discar (exagero un poco, pero mis abuelos tenían de esos).

Vamos con Keri, Samuel, Luxo a El Ingenio y pasamos por un parque de la caja de compensación Los Héroes donde hacíamos siempre asados con la familia y se me viene esto a la mente:

[Conversa por teléfono de mi papá con mi tía]

-Hagamos una asado en el Maipo.

– ¡Ya! Nosotros llevamos la carne y el carbón, ustedes lleven los agregados.

Listo. Pebre, arroz y el familión en el auto. Llegamos al lugar, pero ni rastro de la tía y la carne. Curioso. Comimos un rico asado de arroz con pebre y volvimos a la ciudad. Después, nos enteramos que la carne y el carbón se habían ido a las Rocas del Padre, en Pirque, en otra rivera del río.

Otro día:

[película “Amour”, de Michael Haneke]

Aunque el abuelito si tiene un celular, declara que sólo lo contesta cuando sabe quién es y previo aviso de la llamada.

De chica, vivía en mi querida pobla de La Florida y no teníamos teléfono. Pero mi abuelo que era muy patudo (confianzudo), fue al almacén frente a la casa y le preguntó a los dueños si podía llamarnos. Este teléfono con rueditas era un público improvisado, se pagaba algo así como 50 pesos por llamada. Supongo que los pilló desprevenidos, porque le dijeron que sí. Cada vez que al viejo Guille se le ocurría saber las últimas novedades de la familia, el Cristian que atendía el mesón del almacén, tenía que salir corriendo, cruzar la avenida, para que respondiéramos. Lo más vergonzoso es que fue más de una vez y nunca para una emergencia. Imagino la cara de mi papá contestando, algo así como “fuimos a la feria y después comimos puré con carne”, mientras otros vecinos esperaban con su moneda a mano su turno al cuernófono.

[Las pitanzas]

Me da 100 bolsas de chicles, por favor (llamando a 2 en 1).

¿Está la tina? …No Y con qué te lavai vieja cochina jajajajaja…

…Carabineros. ¡Es que me están robando!

Al final tuvieron que ponerle un candado a la ruedita.

Escapadas: Un encanto de valle

Vivac en las afueras del encanto. Foto:Samuel Bravo S.

Vivac en las afueras del encanto. Foto:Samuel Bravo S.

Y nos largamos de la ciudad, con un poco de recelo por las casi cinco horas al volante que nuestro destino exigía. Tomamos la Ruta 5 Norte y pasando el sector Las Chilcas, comenzó una lluvia furiosa, resonante, que apenas dejaba ver la carretera. Esto nos impulsó a continuar con muy breves detenciones, como la imperdible parada para comer las empanadas fritas de Huentelauquén, junto a un néctar de papayas.

Era de noche y el clima estaba templado, así que tiramos nuestros sacos de dormir a los pies de un espino solitario en una planicie con vista a un gran valle, con numerosos sembrados. A lo lejos,  la cordillera que exhibía sus cumbres nevadas. La luna y las estrellas iluminaban la noche clara. Despertamos al amanecer con una luz rojiza en el horizonte y vimos salir el sol.

El petroglifo que inspiró el logo de viña Tabalí.

El petroglifo que inspiró el logo de viña Tabalí.

Reconfortados por el descanso, entramos al Valle del Encanto, famoso por sus petroglifos de la cultura Molle. Hay muchos, algunos en mejores condiciones de conservación que otros, algunos numerados con una impertinente pintura blanca, tal vez usada por un investigador poco prolijo. Al centro de todo hay mesas de pic-nic y quinchos para asado, por lo que no falta el grupo que lleva su reggaetón y se planta a asar una carne, sin importarles el maravilloso entorno.

El lugar es una vega donde además viven algunos pequeños ejemplares de un arbusto llamado papayo silvestre, el único que es endémico en Chile, porque la otra papaya que conocemos es introducida (si, qué decepción).

De ahí, pasamos por Ovalle y nos fugamos hasta Río Hurtado para visitar el Monumento Natural Pichasca, primer lugar donde se encontraron restos de dinosaurio en el país. Hay un refugio donde rescataron vestigios indígenas y varios troncos petrificados, extraídos en las investigaciones paleontológicas. El administrador, Juanito, es un guardaparque de los buenos. Lleva más de 12 años ahí y nos habló de las pinturas rupestres y del lugar, además de abrirnos las puertas de su casa.

Desde ahí empezamos el regreso a casa. Durante todo el tramo de la carretera nos acompañó la más densa niebla. Para escapar del frío, nos refugiamos en el Pirata Suizo de Los Molles, un comedor de 7 tenedores en el límite de la V Región. Excelente experiencia. Con la guatita llena y el corazón contento, no pudimos comenzar de mejor forma esta semana de cierre de ciclos*.

*El domingo es mi cumple.

 ** Todas las fotos son de Samuel Bravo.

Pichasca

Juan nos explica sobre los petroglifos y el deterioro de la cueva por la ganadería caprina.

La planta maestra me dice: deja de pensar

shipibo-patternsCuando recibí el vaso pensé rápidamente en las cosas que quería “intencionar” y tragué esta infusión de ayahuasca y chacruna de golpe para no sentir el sabor que a muchos les repugna. No me pareció mal, más bien una textura áspera, espesa, resinosa.

A los pocos minutos me sentía completamente anestesiada. La planta toma alrededor de una hora en hacer efecto. A mi me tomó mucho menos. Ni siquiera habían comenzado los cantos cuando ya había logrado entrar en mi.

Quise ir en busca de mis miedos, pero no logré, tal vez porque aún no estoy preparada. Si tuve la imagen clara de estar en el vientre de mi madre y que me gritaran: get out now! Eso porque toda esta primera parte la viví, sentí y pensé en inglés. Por lo de mi nacimiento, no es extraño, cuenta la historia familiar que en ese momento mi padre estaba cesante y encontró trabajo el día que nací.

Cuando pregunté por qué estoy pensando esto en inglés, la respuesta fue: porque tienes que escribir en inglés. Veía colores, figuras, como las de los bordados Shipibo y mientras viajaba adelantada, pensaba en cómo describiría más tarde la experiencia. ¿Por qué no puedo solamente vivir el momento?, me reproché. La travesía recién comenzaba.

Gran parte del viaje tuve sensaciones placenteras y al mismo tiempo indescriptibles. Sin embargo, cuando interrogaba, recibía lo que estaba buscando. Pregunté por el dolor casi crónico de mis tobillos y lo que vino a mi mente fue “Patricia Estrella”. Así es como le dice de cariño el Samu a mi hermana, por el personaje rosado de Bob Esponja. Eso porque yo la veía estancada en la vida.

Con mi personalidad ansiosa, pensaba en cuándo escucharía los cantos (ícaros). También creí que sería imposible recordar lo vivido al día siguiente. Seguí meditando y sentí que las figuras de los Shipibo eran caminos que los guiaban a sus ancestros.

Roger y Mitsu empezaron con los ícaros justo en el minuto que me sentí de regreso de mi ensoñación. Seguí en un letargo alerta por varios minutos. Cuando volví a retomar el viaje nuevamente visualicé colores y experimente una sensación de gran bienestar.

Hubo un solo mensaje y muy claro: stop thinking! Then I realized that everything that I do without thinking is good (deja de pensar! Entonces, me di cuenta que todo lo que hago sin pensar es bueno).

En mis imágenes habían lianas como la ayahuasca creciendo en formas geométricas, incluso alrededor mío. También vi dibujos, ilustraciones animadas. Para mi, estos representan el mundo de la imaginación, un lugar donde se puede crear sin necesariamente hacer referencia a la realidad. Tal vez la ilustración acompañe de algún modo mi vocación narrativa, que por aquí se iluminó y me trajo una tarea: crear nuevos arquetipos.

En algún minuto vino la náusea. De una forma pacífica, no explosiva, boté algo de bilis, luego me dormí y sudé por algunas horas hasta que comenzó el amanecer. Dormí profundamente.

Este fue el punto más alto de estas vacaciones, mi retiro espiritual en Ani Nii Shobo. Del resto de las aventuras, tal vez les cuente en vivo, si se presenta la ocasión.

Casa grande de la selva

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Nos quedamos en unas cabañas-palafitos que quedan suspendidas sobre la laguna porque ahora es temporada de lluvias (diciembre a mayo). Las habitaciones son casi puras ventanas, desde donde se ve la selva plana y eterna, la laguna Chanchococha surcada por canoas que van de un pueblo a otro o a buscar la pesca.

Con un apetito voraz nos vamos directo al comedor, que es el lugar de encuentro para todos. Afuera Pepe, un mastín napolitano grande y baboso, duerme, lo mismo hace una rhodesian ridgeback, Maia. Los insectos sirena suenan a deshora, dándonos la bienvenida. Comemos quínoa, pollo y vegetales. Tomamos jugo de frutas cocinas y probamos por primera vez la granadilla y el maracuyá. Este viaje tendrá muchas primeras veces.

Después de un sauna con hierbas, nos movemos al borde de la laguna. Ahí está José esperando que vuelva el que se llevó la canoa para ir a buscar sus peces. Dice que los antiguos eran más inteligentes, ellos sabían hacer las cosas, tallaban remos derechos, no como los de ahora. Los hijos de los hijos habían comenzado a perder los detalles. Los shipibo, los dueños del Ucayali, los originarios de esta tierra. Mai (tierra), nai (cielo), unti y vinti (canoa y remo). Las palabras todavía no se olvidan, los niños todavía hablan en shipibo, aunque ya no quede ninguno de ellos viviendo como antes en y de la selva.

El atardecer dura horas, las estrellas aparecen antes que se desvanezca la última luz roja en el horizonte. Aparecen los murciélagos y brillan las luciérnagas. Estamos suspendidos sobre el lugar de las anacondas. Si escuchamos un ruido como de bala durante la noche, dicen es la anaconda madre.

Al día siguiente nos repetimos el sauna y quedamos en un estado relajo absoluto, ideal para pasar la tarde en la hamaca, leyendo y durmiendo a ratos. Comemos pataska, un plato tradicional que es pescado envuelto en hoja de plátanos y a la parrilla.

Por la tarde, como a las 4, decretamos la hora del lagarto porque unas lagartijas grandes y bonitas se mueven rápido por los explanada, a los pies de los árboles y en los senderos. Después nos damos un baño con una infusión de piri-piri, otra planta maestra que nos ayuda a sacarnos de encima la ciudad y nos prepara para el viaje interior.

A las 19.30 está oscuro y caminamos en procesión hacia la maloca, la casa comunitaria, Boris que vino de Chile como voluntario, nos explica qué es la planta maestra, qué es Ayahuasca, en qué consistirá el ritual, qué debemos tener en cuenta y realizamos una breve ceremonia de tabaco, con la que nos protege para que tengamos un buen viaje. Luego nos quedamos sentados, esperando por largos minutos la llegada del chamán, escuchando los sonidos de la selva.

Al fin aparecieron Roger y Mitsu, junto a cinco que estaban dietando en Suipino (las otras cabañas de Roger). Todos nos quedamos en silencio mientras los dos maestros se preparaban para la ceremonia silbando una melodía que se nos quedó en la mente por muchos días. El chamán llamó a Samuel y le explicó que a los primerizos nos daría una dosis amigable para tener una muy buena primera experiencia.

 Continuará…

El secreto de Ani Nii Shobo

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Es un lugar al que no se llega por casualidad, sino más bien por destino. Tuve deseos de conocerlo apenas me enteré de su existencia y pasaron casi dos años hasta que lo logré.

Ani Nii Shobo es lengua shipibo y significa “la gran casa de la selva”. Los Shipibo son los nativos de San Francisco, pueblo situado en el borde occidental de la laguna Yarinacocha, por cuyas aguas se puede llegar al Río Ucayali, uno de los alimentadores del Amazonas. El español es su segunda lengua por lo que no es tan fácil darse a entender, especialmente cuando los interrogas porque siempre responden algo distinto a lo que les has preguntado. Se me ocurría que en su idioma no existe la interrogación. Hablan con afirmaciones cortas y se ríen bastante. Tienen una mirada picarona que nunca sabes si te están diciendo la verdad o están jugando.

De Santiago a la locura vial de Lima y de ahí a Pucallpa, la ciudad sin orden y copada de motocarros. Ya estamos al borde de Yarinacocha, nos subimos a un bote de madera con un motor fuera de borda, los llaman peque-peques por el ruido que hace durante todo el viaje. Me golpeo la cabeza con el techo, somos casi los últimos en subir. Dos segundos después de partir regresamos a buscar a alguien que quedó fuera. Son dos niños que están comiendo juanes -arroz especiado con un poco de pollo envuelto en hojas de una planta que se llama pico de loro- y un revoltijo de tallarines con algo frito. Comen con las manos. Atrás una madre amamanta a su hijo. A mis pies, cuatro patos recién nacidos, se acurrucan y lanzan alaridos desde una caja.

El ruido del peque-peque nos ensordece e hipnotiza, varios botes similares pasan a nuestro lado, atiborrados de gente y carga, a punto de hundirse. Una hormiga pequeña de cabeza amarilla se me sube al papel. Miro las casas del borde, rodeadas de bosque, plantaciones de camu-camu, bananos y cañas en flor. Botellas de Coca-Cola flotan sosteniendo las redes de los pescadores, mientras un par de martines pescadores surca las nubes de algodón.

Llegamos al pequeño muelle de San Francisco y ocho niños shipibo saltan al bote, tan rápido que uno se cae y rebota, provocando la risa de todos. Al instante comienzan a repetir una frase en shipibo, quieren ayudar a descargar y ganar una propina. A nosotros nos dicen “para dónde, para dónde”. Cargamos nuestras mochilas pequeñas y los niños nos siguen por un camino arcilloso, hasta nos cantan en shipibo para conseguir unos soles.

Llegamos a buscar al chamán a su casa y nos recibe Amador, él trabajó construyendo las cabañas de Ani Nii Shobo y conoce muy bien a Samuel que fue uno de los arquitectos. Mientras esperamos a Roger, nos pone al día de todo lo que ha sucedido en el lodge, especialmente se divierte contando la historia de Sánchez, el chileno ex-administrador que se dedicó a las mujeres y terminó estafando a los dueños.

El Chamán

Roger es el chamán de Ani Nii Shobo. Proviene de una larga casta de chamanes y aprendió el oficio de su abuelo. Como otros shipibo, tiene dentadura dorada y una sonrisa amable, lleva una camisa estampada y shorts.

Warren se reía porque pensó durante todo el viaje cómo se vería un chamán y nunca se imaginó que se vería como todos los demás. Nos llevó en su camioneta por los caminos blandos por la lluvia del día anterior.

Nos contó que ha recibido varias invitaciones para dar charlas en distintos países. Hasta de una universidad gringa lo quieren. La cosa es que hay que saber con quién vas, explica. “Ya no tengo ansiedad por viajar. Así que voy a esperar que el viento sabio me diga dónde ir”.

 Continuará…

Máquina de escribir

Mi reliquia. igual la vendo :P

Mi reliquia. igual la vendo 😛

Apareció en casa durante el 92, cuando descubrí que tenía un don con las palabras. Impulsada por la profe de castellano con nombre de cantante lírica (Cristina Gallardo) y con la ayuda de Charito,   bibliotecaria que armó el taller literario en el colegio, escribí un ensayo para un concurso nacional sobre Vicente Huidobro. De verdad que esto de escribir poemas para cualquier lado, hacer dibujitos y creerse dios me dio vuelta el mundo. Lo encontré el tipo más creativo e inteligente que había leído. La verdad es que había leído muy poco para mis tiernos 13 años. Entregué el manuscrito de mi puño y letra y la profe se encargó de tipearlo. Al ensayo le fue bien, saqué el segundo lugar. Por eso, decidimos que era necesaria la adquisición de la máquina bendita, que dio vida a un par de cuentos que también fueron reconocidos. También en ese tiempos me transformé en una máquina de escribir.

Mi tía encontró un manual viejo de dactilografía y me lo pasó para que practicara. En una par de semanas era bastante hábil con el duro teclado. La máquina que, con su maleta contenedora, debe pesar unos 10 kilos me sirvió demasiado, tanto que casi se le acaba la cinta, repuesto que difícilmente se podía encontrar en el comercio. La conseguimos en el persa Bío-Bío, tal vez eso fue lo que me obligó después a olfatear la historia de ese mercado de las pulgas capitalino. Una historia que da más que para un post.

La máquina de escritorio tiene en su espalda la leyenda “Olympia Werke AG. Wilhelmshave. Made in Germany” y fue una de las versiones modernas de SG3 de la marca que se mantuvo como una de las últimas de occidente en fabricar los ya obsoletos cacharros. En abril de 2011, cerró la última en Bombay.

En los 90 un computador todavía era un objeto inalcanzable para la clase media baja de Santiago. Probablemente ni siquiera me había enterado de su existencia. Cuando entré a la U, todavía mantenían un cuarto de máquinas de escribir que ya nadie utilizaba. Al año siguiente, 1997, después de una huelga global, fueron reemplazadas por computadores con conexión a internet donde creé mi primer correo electrónico y una cuenta de ICQ, algo que ahora suena tan antiguo como las tipeadoras.

Todavía la conservo. Aunque nunca más la usé. Siempre las he encontrado románticas, en especial las más antiguas. Me traen recuerdos ancestrales sobre tiempos en que escribir siempre estaba ligado al olor del papel y la tinta.

Gatísimo contra el mega guarén

Gatísimo vs Mega Guarén, x Krista

Gatísimo vs Mega Guarén, x Krista

Gatísimo es un gato gordo. Ha sido acusado reiteradamente de guatisimo, obeso, mórbido, embarazado, grasoso, cilíndrico y otros epítetos que me da pena reproducir porque el pobre solo es panzoncito y si… tiene un problema de sobrepeso, pero vamos, quién no tenga algún problema con su envergadura que tire la primera piedra.

Nadie imagina que además de pasarse gran parte del día echado bajo la sombra de un parrón o de una silla, tiene una vida activa. Los hechos hablan por si solos. Ha llegado con un magullón en su lomo, perdió totalmente el cuero cabelludo y tiene un pelón en forma de  medalla justo en la espalda.

Su adoptada (que a muchos les gusta llamar dueña) se preocupa y lo corretea para mirar qué fue. Entonces, el gato se escabulle hasta el patio, donde lo esperan tres de sus amigos. Están en un círculo casi ritual. Hay tanta solemnidad que la “responsable” de la mascota vuelve a su pieza para cambiarse tenida, pasa al baño a retocar el maquillaje y pone cara de drama para que los demás invitados no se espanten. Si algunos de ellos la reconoce, la recordará mangueriándolos para que no depositen sus desechos en la huerta, gritando como desaforada o aplaudiendo para espantarlos.

Sigilosamente, se acerca a la ronda. De lejos distingue casi nada, porque se ha quedado medio cegatona, pero se refriega los ojos queriendo ver mejor. En el centro se divisa un algo café. Sigue avanzando y ahí está. Peludo, paralizado, aceitoso e inmundo: el mega guarén.

“¡Es gigante!”, piensa la seudo dueña y se muerde la lengua para no espantar a los amigos del gato, que lo miran con admiración. Era evidente, los convidados estaban ahí para apreciar la proeza de nuestro redondo amigo, que miraba frente en alto mientras los demás lo elogiaban a puros miau, escuchaban y relataban los pormenores una y otra vez de los combos que iban y venían y de cómo Gatísimo salió raspado de lomo.

Finalmente, se dispersaron los testigos y apareció la adoptada con escoba y pala a recoger el kilo de roedor que ya empezaba a oler, depositarlo en una caja y despedirlo en su triste/heroica muerte en batalla contra el gato más valiente de esa casa.