Monthly Archives: January 2013

Somos lo que contamos

chChimuchina. Palabra chilena que significa “conjunto de cosas sin orden ni concierto” (rae.es). Quería cambiar el nombre a mi sitio por alguno que tuviera sentido y dejar atrás el tono algo peyorativo de escriboweas, sin dejar el toque irónico.

Este término plagado de ch que algunos le achacan al mapudungún tiene que ver con mi visión de la escritura, mis cuentos que muchas veces no tienen final ni desarrollo y empiezan con algo que no necesariamente puede llamarse un principio. Mi absoluta rebeldía contra la forma.

Y no soy la única que piensa así. La escritora Nancy Duarte tiene su propia teoría de que las buenas historias no siempre siguen la idea del comienzo, desarrollo y fin, sino que suelen recurrir al pasado y saltar al futuro de ida y vuelta (back and forth) hasta terminar con un deseo. Y se basa en dos grandes discursos del siglo XX para ilustrarlo.

Está en todas partes. Somos lo que contamos. El relato que creamos como personas y también como sociedades. Ninguna realidad vale más que la inventada por nosotros mismos. Y si es así, seguiré inflando esta chimuchina con más reflexiones, reclamos, discusiones, todas historias que se entrelazan para definir al más complejo acertijo de mi historia. Quién soy, lo que veo y que espero identifique a la mayoría de quienes están leyendo.

Bienvenidos a CHIMUCHINA.

De las esquelas a Windows 8

2013-01-19 21.44.12Estoy como cabra chica (así le decimos en Chile a sentirse niña) porque decidí renovar mi principal herramienta de trabajo, mi computador. Tenía un netbook que ya está un poco lento y no acompañaba. Entonces invertí en un súper ultra mega duper book, con Windows 8 y todo lo que eso significa.

La plataforma está llena de luces y colores… Aunque parece que era mejor no intentar tocar nada. Se me ocurrió apretar en la app Kindle, no sé para qué porque no tengo Kindle, y de ahí las cosas se pusieron raras. Después instalé Chrome y parece que no fue buena idea. Quise instalar Open Office y fue una idea tanto peor porque nunca se terminó de instalar acusando que había otra instalación fantasma en curso. Reinicié y ahí estuve otra media hora mirando la pantalla en negro. Preparándose para configurar, no apague el equipo. c-o-l-a-p-s-o.

Igual Windows 8 no está mal, logré dar con las teclas claves y el notebook resucitó después de irse a negro por más minutos de los que pude contener la respiración. Y siguió “configurando” por más de media hora.

Mientras hacía RCP a mi juguete nuevo, saqué un cuadernito y  me puse a escribir. A veces me gusta sacar el lápiz y garabatear el papel con mi letra ilegible, a la antigua, olvidarme de tanta sabia buena e insuperable, pero tan susceptible al  error de capa 8 (entre la silla y el teclado).

El otro día encontré, entre los miles de recuerdos que me resisto a dejar, una colección de mini esquelas que tenía como a los 12. Las guardé porque pensé que si tenía una hija tal vez podría regalárselas. Ese pequeño mundo donde convivían Garfiel, Los Simpson, Snoopy y la Barbie no puede ser más inútil y poco deseado hoy. Y me resisto a votar los papeles con caritas, aunque ni para post it sirven. ¿Qué coleccionan los niños hoy?¿apps?¿memes?¿nada?

Mejor me dejo de coleccionar cosas y aplico buena limpieza al montón de cachureos y basura que guardo en mi casa y cabeza.

El reino de las historias

moonrise_kingdom1
Anoche por fin vi Moonrise Kingdom, la última de Wes Anderson, un viaje muy estimulante para quienes amamos las buenas historias. Todo en ella está envuelto por un toque mágico. Parece que la cámara siempre nos está llevando a mirar por huecos en las paredes, a través de los binoculares de Suzy o desde la ventana del lado. Esos giros que cambian el punto de vista, me hacen recordar cómo era ser niña.

Me identifico, tal vez porque muchas veces me pareció que –como en esta película- los adultos eran una horda de seres confusos que no parecían tener la capacidad de estar a cargo. Tal como la profesora de Charlie Brown cuyos ruidos jamás entendimos, ellos aparecen enredados, confundidos, incapaces de entender la imaginación.

Como Sam y Suzy, en los 60, algunas décadas después los niños todavía vivíamos en el reino del “porque si”, donde inútiles peleas pidiendo permiso o explicaciones por algo siempre terminaban en un “porque si”, un “porque no” o “porque yo lo digo”. La falta de argumento siempre me hacían perder los estribos y solo me podía callar una bofetada. De ahí me iba a la pieza que compartía con mi hermana, masticando rabia, pegaba un portazo sonoro y me quedaba llorando, hasta que se me pasaba. Un día se me ocurrió sacar un libro de cuentos antiguo empastado, “Historias de los pueblos de la URSS” y me puse a leer cuentos que me llevaban a otro mundo, de esos que terminaban con los personajes malos muertos y no siempre vivían felices para siempre, porque igual todos nos morimos de viejos alguna vez, lo que me parecía mucho más sensato que lo de Blanca Nieves.

La ciencia de cuentear es parte de los que nos define como especie y hace varios años volvió a surgir como la última moda bajo el concepto de “storytelling”. Es fascinante pensar que todo lo que hacemos viene acompañado de su respectivo cuento. Incluso Carla Guelfenbein afirmaba en una columna que hasta para ir al médico te construyes un relato. Por eso, no está de más recordar las-22-reglas-de-pixar-para-crear-una-historia súper publicadas y difundidas el 2012, que me llegaron tarde y por Twitter, pero más vale tarde que nunca.

Loquilla y su loquera

autorretrato 2013

autorretrato 2013

Ahora que literal y nuevamente me dedico a escribir weas todo el día, me cuesta llegar a tomar la pluma y el papel para hablar de cosas más estimulantes.

El nuevo trabajo consiste en redactar comunicados, notas, invitaciones, noticias, intranets, planes, cartas Gantt, etc. Hoy fue el día de los informes y me pasé el día entero batallando con Excel. Ay! Cómo envidio a los cristianos que se peinan con las tablas y los números. Ese programa tiene la facultad de hacerme sentir completamente inútil. Sé que lo hicieron para facilitarnos la vida pero ahí estaba yo, toda complicada, usando fórmulas y sumas que no me cuadraban.

A pesar de eso, la nueva pega es lo más cercano al paraíso anti-oficinista. Se puede llegar de zapatillas y no importa cuántos tatuajes, extensores o aros largos llevas en el cuerpo. Es una casa de respeto y buena onda.

En la hora de almuerzo, hice un trámite largamente postergado, fui a la tercera sesión con mi sicoanalista, pensando en decirle que realmente que no necesito terapia. Y parece que ella no estuvo muy de acuerdo conmigo porque soñé que había un mall en la cumbre del cerro El Plomo y otras cosas del estilo o más descabelladas, como que alguien igual a Willy Semler venía a mi casa a medir el estado de la tiza (si, ni yo lo entiendo, pero en ese mágico momento, aparecía el susodicho medidor). Después inventaba otra cosa, ahí me daba cuenta que el tipo quería entrar a robar y me desperté gritando ¡ladróooon!

Desde mi punto de vista, ahora no me queda más que noquear a mi inconsciente saboteador y deje que mi cerebro mande. Está bien claro el asunto, ya no pienso que estoy al borde de la locura. Asumo por completo que estoy del todo profundamente rayada y tengo ganas de contarlo a quienes compartan conmigo la anormalidad.

¿Hay alguien ahí?

Another sunny day

DSC_0532

Foto Samuel Bravo

Se me viene a la mente esa canción de Belle & Sebastian, mientras pedaleamos por una ciclovía rumbo a la Estación Mapocho a mirar la Bienal de Diseño.

El rescate de la estación es una de las pocas obras en las que nos hemos espabilado como Nación. La nave con su techo de fierro y cubierta de cobre estuvo abandonada entre 1987, cuando dejaron de funcionar los trenes, y 1991, cuando todavía pensábamos que iba a llegar la alegría (no olviden ver “No, la película”, que esta semana obtuvo una nominación histórica al Óscar). Y ahora es un centro cultural con exposiciones y ferias de todo tipo. En esta Bienal, varios objetos de culto, investigaciones, muebles y otras invenciones llenaban la sala. Comimos un helado y nos encontramos a Alejandro, con sus preguntas esenciales, su risa a flor de piel, el mundo del eneagrama y sus cuestionamientos. Nos sentamos en la escalera.

A: Me resulta difícil pensar en hacer algo que no tenga que ver con producir.
S: Siempre digo que generar valor es distinto a generar dinero, pero de alguna forma, generar valor a la larga es algo que renta.
C: Me gusta pensar que estoy creando valor mientras escriboweas.wordpress.com

Afuera los carros de sopaipillas y completos de siempre, el paradero de micros lleno. Nos cruzamos por Av. La Paz. Los restos de frutas y verduras hacen costra sobre los topes de la ciclovía. Nos sumergimos en los olores de la Vega Central, entre la euforia máxima de sus colores y los fantasmas de la putrefacción que penan a todo lo que no se venda fresco hoy.

Parque Forestal, Bustamante, los paseos que hacen Santiago. Son la excepción en los muchos kilómetros cuadrados de “tierra muerta” (cito a Alejandro), aplastada por los rascacielos y donde los gusanos ya no respiran.

En nuestra memoria, donde casi todo es transitorio, terremoteable o incendiable, a veces quedan estos encuentros con el pasado, lugares donde la ciudad vive, espacios que necesitamos volver a construir.

Y el año sabático ¿cuándo?

368_1057280395039_1247_nEste capítulo estuvo a punto de inscribirse en mi colección de pequeños grandes traumas, pero no dio. La semana pasada se supieron los resultados de la PSU (Prueba de Selección Universitaria), lo que me hizo recordar cuando rendí la prueba, que en mis tiempos se llamaba PAA (de Aptitud Académica) = caída de carnet.

El 95 pensé que me había ido pésimo en la PAA y por mi mente pasaban unos rollos no tan reales de un año sabático en Francia para aprender a hablar la lengua de l’amour. El día que salían los resultados de las postulaciones, casi no dormí. Me desperté temprano y corrí al kiosko de la esquina (en esos tiempos no los publicaban en internet y la conexión era telefónica con modem). Abrí el diario y busqué mi nombre. En el penúltimo lugar de la lista, número 29 de 30 estaba mi nombre. Sentí alegría y como en esos tiempos el puntaje no valía para el próximo año, decidí entrar a la Escuela de Lobotomía, digo de Perioartismo, Periodismo Periodístico de la Chile y eso. Universidad de verdad y la cacha de la espada.

Y no me tomé el año sabático. Al cabo que no me habrían dado permiso para mandarme a cambiar a Francia. Entré a Periodismo el 96, a la edad de tiernos 16 años, estudié en Belgrado 10. A pocas semanas de entrar, uno de mis simpáticos compañeros se encargaría de pasearme por las escasas salas indicándoles a todos “ella es la de 16”. Era un asunto no tan común para esos tiempos y representaba con suerte 15 :S. Y el creador de Chancho Zero, guionista de NO, insigne creador de Aplaplac, que dudo que me recuerde, me cantaba “Volver a los 17”. No fui al paseo a Cartagua porque no me dieron permiso y también me perdí casi todos los carretes de ese año. Cuando dejé de pedir permiso, el asunto anduvo un poco mejor. Me pasaba pa’ cabra chica. Y en esa época escribía, escribía y escribía. Ayer busqué entre los escritos una foto de la escuela y solo encontré una diapositiva, que ya casi no las revelan. Cuando logre escanearla la subo al grupo Yo estudié en Belgrado 10, en compensación a la que me robé ahora.

Confiar

Laguna Negra

Laguna Negra

Fuimos al embalse El Yeso con mi amiga Moni, que se despide de Chile nuevamente. No podía dejarla ir sin antes aventurarnos por el Cajón del Maipo para caminar un poco, quemarnos con la polera marcada, sacarles fotos a las flores y a los glaciares, saltarnos todos los letreros de prohibido el paso, no pescar al guardia y seguir un par de horas los senderos hasta llegar a la solitaria Laguna Negra.

Hemos tenidos suerte. Ella de despegar al otro lado del mundo para venir a reencontrarse, yo de tenerla de visita por estos pocos días. Pensamos en las grandes sincronías de la vida. Como que ella me acompañó a los cerros, me presentó a Los Malayos (grupo de senderismo y trekking) y quien iba a pensar que en una de esas salidas a la montaña conocería a Sole y Samuel. Hasta el cruce del Atlántico del valiente y pequeño Snowgoose, capitaneado por Daniel, tuvo parte en la historia.

Además de agradecer estas hermosas sincronías. Una vez más me doy cuenta que al final todo lo que pasa tiene su rol y justificación en la vida. Incluso los dolores y los malos ratos.

También me río de la ilusión de que llegada cierta edad tu vida está solucionada y ya no hay más cuestionamientos. Tal vez la gente antes solo se limitaba a hacer lo que les decían, sin preguntarse ¿qué quiero? Falso. Estoy segura que muchos vivieron antes a pasos de la locura preguntándose si el camino que tomamos es el correcto si debimos doblar a la derecha en el último cruce. Y hasta los que parecen más conformes con su vida tienen escondido un resabio de ¿y si?

Al final, el secreto está en confiar. Confiar en el futuro, en nuestras intenciones y actuar conforme a ellas. Sin hacer tanto caldillo de cabeza.

La semana de los abrazos

Foto gentileza de Dani Morita

Foto gentileza de Dani Morita

Qué tradición más buena es la de partir el año abrazándonos, sobre todo si tienes la suerte de estar con las personas que quieres o la euforia suficiente para lanzarte a las calles del bohemio Valparaíso saludando hasta a los extraños.

La pirotecnia del puerto fue uno de mis pequeños grandes traumas. Tenía como 12 años y viajamos con mi familia a ver los tan famosos fuegos artificiales y terminamos medios estresados por el tránsito, con suerte pudimos estacionar cerca de un muelle, que al parecer era el Prat. Estábamos viendo las luces después de cada cañonazo, cuando el viento cambió y las cenizas comenzaron a llovernos encima. Una a medio apagar me quemó el pantalón hippie que llevaba puesto y otra le dio a mi hermano en el ojo, dejándolo medio accidentado por un par de días. Aunque no pasó a mayores, me costó algunos años volver a ver los fuegos sin saltar de susto. Claro que también salto con todas las Alien cuando aparece el bicho y hasta con la escena del Gollum en la última de Peter Jackson.

Este año no hubo fiesta, ni fuegos de artificio. Prendimos un fuego discreto para el asado y dormimos bajo un quillay lleno de algo que supusimos son madres de la culebra (un coleóptero chileno con alas que también me hicieron saltar de susto), bajo la luz de las estrellas, el viento fresco en la cara, acalorados dentro del saco de dormir. Horas antes, nos lavamos los malos ratos del año en una cascada pequeña, rodeada de majestuosas rocas cortadas a pique, en un sector cercano a Las Melosas.

Llegué al trabajo nuevo y me recibieron más abrazos, nos reunimos con los amigos y amigas, algunos que no veía hace más de un año y nos reímos como si el tiempo no pasara. Partimos el año disfrutando de las cosas reales, aceptando las emociones buenas y las malas, sacando afuera los miedos para que los vuele un viento o seguir escribiéndolos para que tomen su lugar y no anden escondidos fastidiando. Y para seguir con los clichés les mando mis buenos deseos para un nuevo año que se viene movido, diverso, colorido y agradezco al universo por tanta vida pura… Y, bueno, vivieron felices para siempre. Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.