Monthly Archives: July 2013

Fábulas de la reconstrucción. Parte 4: Poner límites

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Nadie dijo que era fácil, pero lo estamos disfrutando. A pesar de que mis pesadillas se han vuelto realidad, cada día duermo mejor. En esos sueños siempre me veía en un baño sin paredes, despojada totalmente de mi privacidad, meando frente a todos, a veces en mi propia casa sin muros, la última vez en medio de una tienda de ropa, con colgadores que casi ni dejaban pasar a los compradores.

Aunque podría inventar que era mi propia forma de decir me cago en el consumismo, lo cierto es que este sueño recurrente tiene que ver con mi dificultad para poner límites. Esto me ha llevado a problemas serios, incluso a perder amistades. Creer que estás haciendo un favor, cuando en realidad sólo te estás metiendo en la pata de los caballos y terminas peleando por haber accedido a una idea que no fue tuya y que no te gusto desde el primer momento. Préstame plata pa’ una obra de teatro… Bueno, así surgió el famoso sillón verde del living. Todos saben cómo terminó la historia.

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Ahora, cuando estamos en una condición campista, con la cocina en el patio y solo dos piezas con techo, se me ocurrió recibir visitas. Son buena gente y menos mal que a los pocos días encontraron un lugar más cálido donde parar. De todos modos, sentí que fallé al no haber podido decir que no. Finalmente, no estuvo tan mal porque en esto de no tener puerta, fue bueno tener un día alguien que cuidara el castillo.

Lo bueno es que cada día estamos más cerca de volver a tener puerta. Yo espero estar así de cerca de tener la voluntad necesaria para poner límites. Y aunque me demore un poco más, lograr la fórmula perfecta para dejar de hacer lo que quieren los demás.

Fábulas de la Reconstrucción, parte 3: La habitación del queso

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La luz de la calle se refleja sobre el suelo cubierto de polvo, en los pequeños espacios donde no hay pilas de escombros esperando ser desechados. Está atardeciendo y una luz rosada ilumina fuerte las ruinas de mi casa.

En esa atmósfera palidecen los vestigios de una habitación de niño, con papel decomural con burros, conejos, tortugas y árboles, que descubrimos al sacar un sobremuro y los azulejos de la cocina. ¿Cuándo vivió este niño? ¿Quién era? Sólo sabemos que la casa existe desde 1949 y que mucho antes formó parte de una casa más grande.

Lo más curioso es que nos enteramos de la existencia de un subterráneo, ahora saturado de escombros y cemento. Samu me muestra con una linterna la losa y las cadenas cortadas de lo que fue antes el techo de ese escondite. Por la noche, sueña que el vecino montañista que siempre nos saluda cuando sale en su bicicleta tiene un subterráneo tan grande que pasa bajo nuestra casa.

Él y otros vecinos han pasado a saludar, atraídos por el ruido y el escándalo de la reconstrucción. El señor de la bici es nieto del antiguo dueño y dice que en ese zócalo muchas décadas atrás se guardaban los quesos del almacén que existió ahí, cuando no era tan común tener refrigeradores. Siento ganas de extraer los escombros y rescatar ese rincón, pero llenaríamos varios camiones antes de lograrlo.

La casa guarda sus secretos y nos delata pistas inciertas de su pasado. Una mitad del muro de adobe, la otra de ladrillo, otro de adobillo cuando lo suponíamos tabiquería, varias vigas de raulí. Estructuras de más y otras de menos. De a poco se va armando el puzzle, mientras historias viejas y mundos paralelos nos visitan en los sueños.

Fábulas de la Reconstrucción. Parte 2.

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El primer shock de la demolición se fue acrecentando, aunque creo que ya adapté a esta forma de hacer campismo en casa. La cocina se fue al patio. Los muebles que eran pocos y malos, así que se regalaron o terminaron arriba del camión de escombros.

Lo más grave es la falta de agua caliente, por lo que postulé la piscina como mi nuevo baño. Mis amigos me han ofrecido sus duchas por doquier, así que iré rotando de ducha en ducha hasta que se vuelva a instalar el amado calefont en la mía. Nunca pensé que un aparato tan insignificante tuviera tanta relevancia en mi burguesa vida.

A falta de agua caliente, tenemos internet. Y, bueno, también es necesario aunque me quita el mal olor.

Los encargados del trabajo son 3 tipos jóvenes, dos de ellos veinteañeros que se veían felices mazo y picota en mano, tumbando todo lo que se les vino por delante.

Ahora estamos reducidos a nuestra mínima expresión. Enjaulados por las cajas de objetos que nos resistimos a tirar, esperando hacernos el tiempo para ir a regalar algunos items coleccionables que hemos acordado, jugando a dónde quedó tal o cual, pero bastante organizados al respecto. Samuel pregunta dónde y generalmente sé la respuesta. Por eso, ahora me creo el hoyo del queque y ando brabucona por ahí… En el fondo, cada día estoy más impactada con este estado sin techo temporal. Pienso en los que no tienen casa y en los niños de África y todas esas cosas (broma).

Al menos a mi, aunque estoy toda gruñona y no quiero despegarme del proceso, ni las paredes de casa, todavía me queda lo principal: Samu, gato y el sueño de lo que espero pronto sea mi nuevo lugar.

Fábulas de la Reconstrucción*. Parte 1.

destruccionNunca estás listo. Aunque es una decisión que tomé en plena consciencia, la realización del sueño de una década, no estaba lista para ver la destrucción total de mi más longeva seguridad. Mi casa. Esa que ha sido el corazón de fiestas, celebraciones, penas, peleas, todos los grandes momentos está hecha escombros gracias a una simple idea.

“Nos echamos la casa”, me dice Samuel mirándome con cara de juguete nuevo. “Sí”, le respondo y me hundo en muchas emociones. Ansiedad, nerviosismo, miedo, también esperanza y alegría. Botamos los muros y sabemos que lo que sea de ellos ahora será mejor. Esa es nuestra apuesta.

Nunca imaginé la parte del proceso en que, de un día a otro, estás casi desnudo. Viviendo reducido a lo básico, todos nuestros recuerdos, el equipaje que cargamos en la vida, aglutinado en cajas, en un espacio reducido. Regalar lo que ya no sirve, no se usa o está gastado. A pesar de que inevitablemente todavía se quedan algunas cosas que sabes que tenías que olvidar, para que venga lo nuevo, lo verdadero.

Me lo habían anunciado en mi carta astral y en las canalizaciones. Estás en un periodo de destrucción total de ti misma, lo que fuiste e hiciste ya no te hace sentido. Luego de la destrucción viene el espacio para la creación de un nuevo yo.

Un sicólogo me dijo alguna vez que el estado de tu casa es un reflejo de tu vida. En eso estoy. Después de una década en este lugar, comienzo a construir, intentando no volverme loca en el desorden, dando vuelta las páginas, pensando en todos los que compartieron buenos momentos aquí conmigo, con la mejor compañía que podría tener. Porque si bien no hay muros, hay hogar.

Cuando vi la demolición lo primero que se me vino a la mente fue ese disco de REM que se llama Fables of the Reconstruction o al revés Reconstruction of The Fables (1985, IRS) y lo escucho ahora mientras comienzo el relato de la reconstrucción de mi propia fábula, acostada junto a mis compañeros en esta aventura, Samuel y Gatísimo.

El día de la sopaipilla

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“Si te llueve sobre mojado, a preparar unas buenas sopaipillas”. Esto lo publicó uno de mis contactos en Facebook y me quedó dando vueltas porque en las últimas semanas me di una panzada de sopaipas.

Ahahaha la sopaipilla de la zona central de mi Chile, gloriosa mezcla de zapallo, harina y manteca. Ahora, la cosa es hacer el zapallo en la Toyotomi (tiene que ser de las cilíndricas antiguas, no te imaginas lo bueno que queda). Si no tienes estufa, entonces al horno queda igual de bueno. Anota: 1 taza de zapallo molido x 2 tazas de harina x 3 cucharadas de manteca o mantequilla 1 taza de zapallo x una cucharadita de sal + sal a gusto. Y a freír los monos.

El siguiente paso es disolver la chancaca, con canela, una cáscara de naranja y un clavo de olor. Poner a calentar nuestras frituras con ese tono anaranjado en este mar de caramelo. Esa es la receta de la buena sopaipilla pasada.

Decreto que este invierno, todos los días pueden ser el Día de la Sopaipilla, para calentar este invierno de temperaturas bajas, que nos llama a andar todo el día con la taza de té o el mate o frazada encima para los más suertudos.