Pasamos la tarde con Keri en el Parque Araucano. Hicimos un picnic, con mantita y todo. Nos dedicamos a mirar a los que duermen siesta bajo los árboles, a los queltehues y al perro peludo que los jode.
La gringa acaba de renunciar a su precario empleo. Todas sus amigas están cesantes. Me incluyo, aunque algo de trabajo cae por aquí y por allá, pero no mucho. Le digo que tal vez es un nuevo estilo de vida nada más. Tienes sus partes buenas, como hacer las cosas que te gustan, tener tiempo de ir a ver exposiciones como la de Arte Musulmán en La Moneda.
Aunque como dice Alberto de Cuando Grande Seré Rubio, el monstruo del desempleo te pregunta todo el tiempo cómo crees que vas a pagar las cuentas cuando se acaben tus ahorros.
Al mirar un lado, hay una cierta presión social a trabajar, producir, generar dinero. Por otro, pienso alguien tiene que hacer esos trabajos. Y veo que cada vez más personas le hacen el quite a los horarios de oficina y a lo empleos mediocres que ofrecen desangrarte, exprimir tus ganas de vivir por dos o tres sueldos mínimos.
Sin hijos, me puedo dar el lujo de reducir mis gastos, vagar por la ciudad feliz. Mañana veremos si puedo seguir manteniendo este estilo de vida irresponsable y poco rutinario al que le empiezo a agarrar el gustillo. Por ahora, mejor no pensar en el futuro y disfrutar las tardes livianas de Santiago, que mandó a sus santiaguinos de vacaciones.