Monthly Archives: April 2020

La panadera enmascarada

nahuel derretido

 

Van 33 días de distanciamiento social y más de la mitad de cuarentena obligatoria en mi zona. Cuando salgo a comprar, aprovecho de dar vueltas en bicicleta, manejo los permisos y he pedido hasta el de alimentar a la tercera edad. Tengo una rutina de casa y empiezo a comportarme como el gato Nahuel, disfrutando el sol de las mañanas en mis pies. 

 

Por las tardes el panorama me parece desolador. Se supone que estamos justo antes del peak de contagios, la calma que antecede a la tormenta, las cifras oficiales son poco confiables, y no sabemos qué ocurrirá la próxima semana, cuando todos tengamos alguien conocido con coronavirus. ¿Me contagiaré o se contagiará alguien que quiero? Creo que todos hemos sentido la cercanía de la muerte estos días e intentamos alejarla con pura esperanza, lavándonos las manos 20 veces al día y usando mascarilla, cuando hace pocas semanas nos habían dicho que las mascarillas no sirven de nada, a menos que estés enfermo. 

 

Sigo con mi rutina de escritura, de llevar el diario por las noches. Trato de hacer ejercicio en casa, volver al yoga después de años sin practicar, además de ver series y películas. A veces siento que el tiempo es eterno y otras que tal vez mañana se acabe todo. Sin embargo, sé que es más sano soltar lo que no está en nuestro poder, dejar el control, separar las aguas de lo que puedo hacer y el terreno de la preocupación gratuita.  

 
En estos 33 días he cocinado mucho más que en todo el año pasado. Hice queque, kuchen, galletas, pero no pan. Esto de tener la panadería a dos casas no ayuda y la levadura estaba agotada en el supermercado. Ahora que encontré levadura, haré pan pita para una semana. Me contagié de la moda mundial de hacer pan. En mi defensa puedo decir que he hecho pan muchas veces, aunque esta será la primera vez en cuarentena. La receta es del gran Chef Deik. También sacrifiqué una polera roja para hacer mi primera mascarilla, por lo que ahora me pueden llamar la panadera enmascarada. No sé si haga pan revolucionario o salve al gato prestado de la pandemia, pero algo heroico tiene que salir de tanta harina y amase.

 

Me quedó bueno el pan :)

Me quedó bueno el pan 🙂

Lluvia al desayuno

lluvia

Está lloviendo, ¡al fin! El sonido de las gotas en el techo, cuando ha estado por tanto tiempo ausente, es mágico. No soy la única en Santiago que añora la lluvia. Somos muchos los que nos ponemos nostálgicos y recordamos cuando las botas de agua eran necesarias en el invierno de esta ciudad que cada año está más seca. Un lugar donde existió el otoño y que hoy, como dice una amiga escritora, solo es un verano camuflado entre hojas secas.  

Este domingo la lluvia vino temprano a desayunar. Hace tanto que no la veía que me emocionó ver las gotas caer sobre el patio. Se dejó caer con calma y se despidió más pronto de lo que hubiera querido. Supongo que así como nosotros estamos asumiendo el encierro, este otoño asumió su condición de tal y se presentó trayendo un viento frío, que vuelve todo a la vida.

Por la tarde salió un sol calentito y se levantó ese aroma a tierra que me gustaría atrapar en un frasco para abrir cada mañana. 

Mañana escribiré sobre la lluvia, aunque haya dejado de caer. 

Día 17: ¿Cuándo volveremos a abrazarnos?

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Salí a dar una vuelta en bicicleta, sin permiso, no me alejé más de ocho cuadras de casa y cuidé no traspasar el límite comunal. Como la web de los pacos no funcionaba, tuve que salir sin permiso, sudando frío cada vez que veía una camioneta municipal. No quería ser fiscalizada y terminar pagando un parte millonario por tratar de mantener la cordura.

 

Así es la cuarentena total, necesitamos un permiso para ir a comprar en un lugar específico, hacer fila, y luego pasearse por pasillos en que pocos respetan la distancia, para regresar al encierro con un pack de cervezas, café, comida para dos semanas que probablemente me coma en una. Estamos todos tratando de nadar a mar abierto en una tormenta. Algunos pretenden que no pasa nada, otros leen teorías conspirativas y artículos, otros hacen carretes por Zoom, que oops tienen un problema de seguridad en Windows (¿Bill gates sabía?). Los más atinados meditan, aunque también para esto se necesita abstraerse de la locura del encarcelamiento global y el avance del virus. 

 

Escuché a los vecinos pelear, pero esta vez era distinto. Él le decía a la esposa “¡y te vas!, ¡y te vas!, ¡y te vas!”, una reiteración al borde de lo ridículo. No supe si empezar a cantar la de Américo o gritarle ¡y a dónde querís que vaya, pasivo agresivo qliao! (jajaja citando a la señorita Rosa Espinoza), ¡si estamos en cuarentena! 

 

Juro que a estas alturas me da envidia ver como se abrazan en las películas. “Nos volveremos a abrazar”, dicen todos. ¿Podemos estar seguros de eso? ¿Cuándo será? ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que volvamos a escuchar una tos en el metro sin saltar de nuestros asientos? ¿Cuánto demora un humano atacado por un enemigo invisible en volver a confiar? Solo nos queda esperar y recordar que “esto también pasará”. 

Día 15 del apocalipsis zombie

Alberto Montt, amo tus dosis diarias

Alberto Montt, amo tus dosis diarias

Los diarios se volvieron a poner de moda con la cuarentena, por eso no encontré nada mejor que resucitar la Chimuchina. He soñado muchas noches seguidas con salir de la casa, supongo que son algunos síntomas del encierro. Ya van quince días desde esa tarde soleada en que con mis amigos fuimos a escalar a Los Manyos. Sol, un poco de viento, árboles, tierra, rocas, risas y abrazos. Me da mucha nostalgia. 

 

Escucho el horóscopo de la Miastral, por costumbre, pero ya sé que esta semana no tendré “acuerdos con socio o pareja”, tampoco está la posibilidad remota de tener una cita, así que venus se puede pasear todo lo que quiera por mi signo. Es una sana entretención esto de los oráculos. Busco el I-Ching online, a ver si tiene una opinión sobre el plan de viaje que guardaré bajo la alfombra hasta que se supere la crisis sanitaria. Vaticina éxito. Tal vez, vuelva a volar… en el futuro, ese futuro que parece tan lejano porque cuando salgamos de casa el mundo será distinto.

 

Supongo que debería estar contenta, sentir un extraño orgullo de ser parte de los elegidos para vivir el apocalipsis zombie (o lo más parecido que le ha ocurrido a la humanidad desde que nací) y, claro, esa una posición ventajosa para una pseudo escritora, storyteller, esto de tener tanto tiempo para escribir y ¡en un momento histórico! Pero, como en todo, hay un pero o varios, es un proceso agotador, que implica mantener una lucha contra los demonios internos antes de poder apaciguar el alma y soltar algún garabato. 

 

Ya está claro que el 2020 no es un año para planes de largo aliento, por lo que voy a hacer planes que pueda cumplir: mantener mi diario (el de papel, no solo la chimuchina), ordenar la casa, buscar recetas nuevas para hacerme cariño, jugar más con el gato prestado (Nahuel) y hacer las paces con la cuarentena para dejar de soñar con la libertad.