Monthly Archives: May 2020

Otros héroes anónimos

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Quién iba a pensar que el oficio de repartidor se transformaría en uno de los más riesgosos y requeridos en estos meses aciagos. Cuando salgo a la calle, solo veo decenas de personas con sus grandes cubos en la espalda, muchos de ellos jóvenes, sobre su bicicleta o moto, yendo a la entrega del peligro. Parece que se multiplicaran, siempre con prisa, a veces incautos, llevando en sus espaldas esas bombas de potenciales virus. 

Supe de un tipo que no ha salido de su casa en los últimos dos meses y se contagió. El principal sospechoso fue el delivery, quien hizo la entrega o los dos o tres que manipularon el paquete antes llegar a destino. Pero si no nos podemos mover, necesitamos hacer que ciertas cosas vengan a nosotros. Por eso, este servicio es tan necesario en tiempos de pandemia.

Es el cumpleaños de mi madre así que busqué en mi teléfono la aplicación y apretando la opción “envío”, hice que mi virus viajara, envuelto en papel de regalo y adornado con una cinta roja, en la espada de uno de estos héroes sin capa. Todavía no sé si este regalo será el más caro de la historia, por las consecuencias que podría tener el arrojo de enviar la enfermedad oculta en buenas intenciones desde un lugar a otro. 

Voy a pensar que valió la pena sacarle una sonrisa a mi madre. Estoy segura que estos mensajeros, que se arriesgan a llevar ese gesto de casa en casa, se merecen un “¡GRACIAS!”, junto con la propina. Espero que cuando estén agotados o perdidos, con la mochila a un lado, mirando caer la noche, recuerden que llevaron alegría a alguien que lo necesitaba y que estos buenos pensamientos los protejan, porque el mundo no lo hará.

HOMENAJE A UN KOLOR DISTINTO

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Le gustaba esperar la hora dorada, esa de luz perfecta en que el atardecer hacía gala en el horizonte de la bahía. Entonces, se perdía por las calles de Valparaíso, siguiendo la línea de los cerros, desde el oriente por la Avenida Alemania. Al llegar a la zona de la ex-Cárcel recordó a un amigo que vivía cerca y, como solía hacer en estos paseos, llamó para ver si coincidían. Kurt abrió la puerta y lo llevó hasta una terraza que habían acondicionado con sus vecinos en lo que antes era un basural. Ahí lo golpeó la luz. “Se llama Equinoccio de Primavera”, dijo Kurt. Mientras la neblina se iba acumulando en lo bajo, este graffiti pintado sobre un edificio de 15 pisos emergía como un testigo del atardecer semi nublado, lo que hacía ver aún más exaltada la voluptuosidad de la bahía, con las primeras luces de sus casas encendidas. A Edu le parecía que los artistas le habían regalado un atardecer a los que miraban desde el poniente, con esos personajes que hablaban de la naturaleza y de cómo el sol y la luna se sucedían en un juego de luces y sombra que alimentaba a la tierra. Con su vista sobre la neblina densa y bajita, Edu se sintió, de pronto, iluminado.

Revolucionaria

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Foto por @EdoGaldames

 

¿Qué hace una descreída pensando en el amor? Dicen que el amor es un acto revolucionario. Esta noche haré la revolución, a ver si algún día puedo hacer el amor. Uso un polerón con capucha negro, pantalones del mismo color, como guardando un luto que hace juego con la noche. Las manos en los bolsillos, la derecha empuña un objeto pesado y frío que a las pocas cuadras de caminar ya se funde con la temperatura de mi cuerpo. 

 

Llevamos cincuenta días en toque de queda, para frenar al enemigo implacable e invisible que no respeta a nada ni a nadie. Los militares vigilan la ciudad. En el teléfono reviso los puntos de control. Debo moverme como un gato. Si escucho el motor de un auto me pego a una muralla, esperando que el buzo negro me haga desaparecer, me escondo tras un arbusto o doblo en la siguiente esquina. Elijo las calles más pequeñas y voy “conejeando” hasta llegar al barrio que llaman Vaticano Chico porque todos sus pasajes tienen nombre de arzobispos, presbíteros, obispos, cardenales y monseñores. Aparezco junto a la iglesia de los Santos Ángeles Custodios donde alguna vez fui a un matrimonio, miro el ex palacio Droguett, con su cúpula de cristal; respiro profundo, antes de cruzar corriendo la Avenida Providencia. Junto al café literario están acampando unos indigentes y parecen estar a sus anchas. Paso a su lado y nos miramos. Apreto el candado que tengo en mi mano. Subo las escaleras, la noche está despejada, se alcanza a adivinar la cordillera a lo lejos, el hilo de agua del Mapocho resplandece. Ahora que lo pienso, esto para mí es un acto de venganza. Ayer sacaron todos los candados del puente, por seguridad. Lo habían hecho antes y sé que es una costumbre cursi, importada de los puentes sobre el Sena, pero me duele que tiren a la basura esas cintas de tantos colores como tonos tiene el amor. Cada una de ellas representaba una ilusión, un sentimiento que se puede eliminar en un abrir y cerrar de ojos. Giro el mecanismo y cierro el pacto: prometo amarme siempre, con locura y sobre todas las cosas.

Nota: esta historia es fruto del taller literario que construimos con Karen Seaman y Alejandra Rojas. La inspiración fue una fotografía tomada por Eduardo Galdames.