La panadera enmascarada

nahuel derretido

 

Van 33 días de distanciamiento social y más de la mitad de cuarentena obligatoria en mi zona. Cuando salgo a comprar, aprovecho de dar vueltas en bicicleta, manejo los permisos y he pedido hasta el de alimentar a la tercera edad. Tengo una rutina de casa y empiezo a comportarme como el gato Nahuel, disfrutando el sol de las mañanas en mis pies. 

 

Por las tardes el panorama me parece desolador. Se supone que estamos justo antes del peak de contagios, la calma que antecede a la tormenta, las cifras oficiales son poco confiables, y no sabemos qué ocurrirá la próxima semana, cuando todos tengamos alguien conocido con coronavirus. ¿Me contagiaré o se contagiará alguien que quiero? Creo que todos hemos sentido la cercanía de la muerte estos días e intentamos alejarla con pura esperanza, lavándonos las manos 20 veces al día y usando mascarilla, cuando hace pocas semanas nos habían dicho que las mascarillas no sirven de nada, a menos que estés enfermo. 

 

Sigo con mi rutina de escritura, de llevar el diario por las noches. Trato de hacer ejercicio en casa, volver al yoga después de años sin practicar, además de ver series y películas. A veces siento que el tiempo es eterno y otras que tal vez mañana se acabe todo. Sin embargo, sé que es más sano soltar lo que no está en nuestro poder, dejar el control, separar las aguas de lo que puedo hacer y el terreno de la preocupación gratuita.  

 
En estos 33 días he cocinado mucho más que en todo el año pasado. Hice queque, kuchen, galletas, pero no pan. Esto de tener la panadería a dos casas no ayuda y la levadura estaba agotada en el supermercado. Ahora que encontré levadura, haré pan pita para una semana. Me contagié de la moda mundial de hacer pan. En mi defensa puedo decir que he hecho pan muchas veces, aunque esta será la primera vez en cuarentena. La receta es del gran Chef Deik. También sacrifiqué una polera roja para hacer mi primera mascarilla, por lo que ahora me pueden llamar la panadera enmascarada. No sé si haga pan revolucionario o salve al gato prestado de la pandemia, pero algo heroico tiene que salir de tanta harina y amase.

 

Me quedó bueno el pan :)

Me quedó bueno el pan 🙂

Lluvia al desayuno

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Está lloviendo, ¡al fin! El sonido de las gotas en el techo, cuando ha estado por tanto tiempo ausente, es mágico. No soy la única en Santiago que añora la lluvia. Somos muchos los que nos ponemos nostálgicos y recordamos cuando las botas de agua eran necesarias en el invierno de esta ciudad que cada año está más seca. Un lugar donde existió el otoño y que hoy, como dice una amiga escritora, solo es un verano camuflado entre hojas secas.  

Este domingo la lluvia vino temprano a desayunar. Hace tanto que no la veía que me emocionó ver las gotas caer sobre el patio. Se dejó caer con calma y se despidió más pronto de lo que hubiera querido. Supongo que así como nosotros estamos asumiendo el encierro, este otoño asumió su condición de tal y se presentó trayendo un viento frío, que vuelve todo a la vida.

Por la tarde salió un sol calentito y se levantó ese aroma a tierra que me gustaría atrapar en un frasco para abrir cada mañana. 

Mañana escribiré sobre la lluvia, aunque haya dejado de caer. 

Día 17: ¿Cuándo volveremos a abrazarnos?

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Salí a dar una vuelta en bicicleta, sin permiso, no me alejé más de ocho cuadras de casa y cuidé no traspasar el límite comunal. Como la web de los pacos no funcionaba, tuve que salir sin permiso, sudando frío cada vez que veía una camioneta municipal. No quería ser fiscalizada y terminar pagando un parte millonario por tratar de mantener la cordura.

 

Así es la cuarentena total, necesitamos un permiso para ir a comprar en un lugar específico, hacer fila, y luego pasearse por pasillos en que pocos respetan la distancia, para regresar al encierro con un pack de cervezas, café, comida para dos semanas que probablemente me coma en una. Estamos todos tratando de nadar a mar abierto en una tormenta. Algunos pretenden que no pasa nada, otros leen teorías conspirativas y artículos, otros hacen carretes por Zoom, que oops tienen un problema de seguridad en Windows (¿Bill gates sabía?). Los más atinados meditan, aunque también para esto se necesita abstraerse de la locura del encarcelamiento global y el avance del virus. 

 

Escuché a los vecinos pelear, pero esta vez era distinto. Él le decía a la esposa “¡y te vas!, ¡y te vas!, ¡y te vas!”, una reiteración al borde de lo ridículo. No supe si empezar a cantar la de Américo o gritarle ¡y a dónde querís que vaya, pasivo agresivo qliao! (jajaja citando a la señorita Rosa Espinoza), ¡si estamos en cuarentena! 

 

Juro que a estas alturas me da envidia ver como se abrazan en las películas. “Nos volveremos a abrazar”, dicen todos. ¿Podemos estar seguros de eso? ¿Cuándo será? ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que volvamos a escuchar una tos en el metro sin saltar de nuestros asientos? ¿Cuánto demora un humano atacado por un enemigo invisible en volver a confiar? Solo nos queda esperar y recordar que “esto también pasará”. 

Día 15 del apocalipsis zombie

Alberto Montt, amo tus dosis diarias

Alberto Montt, amo tus dosis diarias

Los diarios se volvieron a poner de moda con la cuarentena, por eso no encontré nada mejor que resucitar la Chimuchina. He soñado muchas noches seguidas con salir de la casa, supongo que son algunos síntomas del encierro. Ya van quince días desde esa tarde soleada en que con mis amigos fuimos a escalar a Los Manyos. Sol, un poco de viento, árboles, tierra, rocas, risas y abrazos. Me da mucha nostalgia. 

 

Escucho el horóscopo de la Miastral, por costumbre, pero ya sé que esta semana no tendré “acuerdos con socio o pareja”, tampoco está la posibilidad remota de tener una cita, así que venus se puede pasear todo lo que quiera por mi signo. Es una sana entretención esto de los oráculos. Busco el I-Ching online, a ver si tiene una opinión sobre el plan de viaje que guardaré bajo la alfombra hasta que se supere la crisis sanitaria. Vaticina éxito. Tal vez, vuelva a volar… en el futuro, ese futuro que parece tan lejano porque cuando salgamos de casa el mundo será distinto.

 

Supongo que debería estar contenta, sentir un extraño orgullo de ser parte de los elegidos para vivir el apocalipsis zombie (o lo más parecido que le ha ocurrido a la humanidad desde que nací) y, claro, esa una posición ventajosa para una pseudo escritora, storyteller, esto de tener tanto tiempo para escribir y ¡en un momento histórico! Pero, como en todo, hay un pero o varios, es un proceso agotador, que implica mantener una lucha contra los demonios internos antes de poder apaciguar el alma y soltar algún garabato. 

 

Ya está claro que el 2020 no es un año para planes de largo aliento, por lo que voy a hacer planes que pueda cumplir: mantener mi diario (el de papel, no solo la chimuchina), ordenar la casa, buscar recetas nuevas para hacerme cariño, jugar más con el gato prestado (Nahuel) y hacer las paces con la cuarentena para dejar de soñar con la libertad.

Cuarentona en cuarentena

Esto no es exactamente como imaginé mi año sabático, pero es lo que pedí. Tengo todo el tiempo del mundo para mí, en tres semanas he leído tres libros y medio (el medio es algo complejo así que me he demorado la vida), avanzado a razón de un párrafo diario con los arreglos de la novela (¡vamos que esta cuarentena lo hace! jajaj), visto tres series distintas, con sus temporadas, he vuelto a cocinar mi propia comida, hacer yoga y hasta limpié. 

 

Gato prestado más lindo

Gato prestado más lindo

Los primeros días fueron como una montaña rusa y todavía no soy capaz de llenar el maldito formulario para pedir la devolución de mis pasajes de avión. Algunos días me entra la ansiedad respecto a cómo nos tratará el virus, en especial por las malas decisiones del gobierno de los tiempos peores, ¿la gente que vive en la calle sobrevivirá a la pandemia? En el mundo, las bolsas colapsan y dicen que enfrentamos la peor recesión de la historia. Al principio comía todo el día, pero ya me relajé. No queda otra. Hay que guardarse y cuidarnos entre todos.  

 

Aunque esté en cuarentena, estoy consciente de mis privilegios. Siento que me saqué la lotería. Tenía que dejar mi casa la próxima semana, pero mi arrendatario/amigo accedió a retrasar los planes, a pesar que ya teníamos el contrato firmado. Había vendido la mitad de los muebles preparándome para el viaje pospuesto… Corrijo, ya estoy de viaje, aunque no me haya subido a ningún avión y no sea el que yo ni nadie en el mundo quería o esperaba. 

 

Viendo el lado positivo, un puma se paseó a pocas cuadras, la capa de ozono se está reparando y disminuyó el smog ¡Hasta mi acné satánico de cuarentona está retrocediendo! Conocí nuevas personas on line (gracias a los amigos de Beyond Storytelling compartí un sour virtual con la genial Alma Quiroga de Bogotá), mi compañera de casa me acompaña cada día, volví a hablar con los vecinos y hasta tengo un gato a préstamo que me regala ronroneos y amor incondicional (¿qué pensaría Gatisimo?).

 

Cada uno está en un torbellino mental distinto y al mismo tiempo estamos juntos en eso. No queda más que respirar profundo y pensar que algo bueno tendrá que surgir de todo esto.

40

40

40 kilómetros es la velocidad máxima con la que se puede transitar desde ahora en calle U si no se quiere quebrar la ley, a partir de hoy. Instalaron la señal de tránsito justo en medio de la fachada de mi casa, sin preguntarme. Sé que la vereda no es mi propiedad, pero el sentido común dictaba atornillar el letrero entre mi casa y la del vecino, tal como lo hicieron con una segunda señal idéntica 4 casas más allá. Gracias a la nueva señal, las personas tienen que pasar casi de lado para evitar golpearse el hombro y las bicicletas están forzadas a la calle. El mismo día adornaron la calle con dos lomos de toro, que se suman a los múltiples hoyos en el pavimento que ya actuaban como obstáculos naturales.

De primeras me enojé. Miraba la señalética con rencor. Hasta que le vi el propósito. Estoy segura que me pusieron el letrero a propósito, como anuncios de mi fiesta de cumpleaños.

Son 40 y una señal de tránsito me lo recordará cada día al salir o entrar a mi casa, por 365 más. ¡Salud!

Obituario

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Mientras todavía tenía guata.

Gatísimo (diciembre 2003 – enero 2018)

Compañero, bola de pelos y grasa, el más elegante de los gatos obesos.

Hoy siento tu ausencia. No es una ocasión triste, es más bien la sensación de un vacío, el recuerdo de tus saludos, miaus y reclamos al llegar a casa. Tu “no estar aquí”, me quita las ganas de volver. El pasto se puede secar y hasta los cactus temen por su vida.

Tu partida nunca fue esperada, aunque fuera anunciada. Durante algunos días estuviste escondiéndote. No quise verte sufrir y te inducimos el sueño. Ahora tu cuerpo se une con las raíces del ciruelo del jardín. Tu plato y tu juguete hermano coronan el montón de cal y piedras que cubren tu tardía delgadez (porque al final de tus días pesabas la mitad).

Tu partida me recuerda que nunca se es demasiado viejo para llorar la muerte de un amigo. Adiós Gatisisisisisimo. Tu amor está en mi corazón por siempre.

Nota aparte: Gracias a todos los que nos acompañaron en esta despedida.

Chimuchina y la hebra

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Foto después de la lluvia en primavera, recuerdo de 2017. Propiedad de Chimuchina.com.

Mi silencio está plagado de voces, de escenarios improbables, de lecturas del I-Ching, de los horóscopos del martes. En realidad, mi silencio es un vacío de ruido.

La chimuchina es un flujo mental, una niebla de pensamientos que avanza y lo nubla todo. La magia está en encontrar una hebra y empezar a hilar, darle forma a las ideas para que se transformen en música. Y en esa música vive la pausa, que es un silencio de verdad.

Este fin de año fui a saludar un glaciar que parece haberse movido demasiado desde la última vez que lo visité. Lo vi reducido y acalorado, pero en la víspera del año nuevo, el cielo le mandó nieve para acariciarlo. Su lengua regaba el valle y caminé sobre ella. Con esos pasos despedí 2017, aunque siento no lo he cerrado aún. Todavía arrastro un cansancio de cambio de ciclo.

He comenzado muchas entradas de blog como esta, sin poder darles un cierre apropiado. Ahora decidí publicar, aunque no tenga tanto “flow”, con la esperanza de que sea un buen augurio para los relatos que hilaré durante los próximos meses. Les deseo a todos que este año sea fructífero y gozado como si no hubiera futuro, porque sólo existe el ahora.

Santiago, 42 de agosto de 2017

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Es absurdo que agosto dure tanto. Es sábado por la noche y en vez de estar en la calle, estoy acostada con mi gato diagnosticado de cáncer. La herida misteriosa de su nariz era un carcinoma y ahora tengo que llevarlo a quimioterapia, donde una doctora inexperta lucha por encontrar su vena y él se enoja tanto que le muerde el dedo para que a ella también le salga sangre y después se hace caca.

Una estufa eléctrica recalentada produjo un incendio en la casa del lado. Llueve, la calle está cerrada por los bomberos. Subo al segundo piso a mirar cómo los bomberos recortan el techo de lata destapando las llamas. Gracias a la lluvia, nadie se asfixió, aunque la casa quedó inhabitable. ¡Aprendí a esquiar! Nico me enseñó. También me estresé y el estrés se me fue a los bronquios; las defensas a la chucha. Durante estas últimas semanas también hubo un atentado en Barcelona, Mayol se peleó con Jackson y, por fin, aprobaron el aborto en tres causales. Todo eso y más sucedió en agosto. Sé que a muchos les han ocurrido otras cosas, incluso peores. Por eso, no me siento sola con este desgano de querer mandar todo al carajo.

Hace pocos días las ortigas comenzaron a invadir mi jardín desde los bordes. Qué agote pensar en arrancarlas. Me tiro en el pasto e imagino sus verdes ramas pinchudas pasando sobre mí. Cierro los ojos y cuento mis respiraciones hasta que me duermo y sueño con un sol cálido. Cuando me despierto, una chinita camina por mi cara. Es la primera visita de la primavera que visita mi ciruelo florido. ¡Chao agosto y bienvenida primavera!

Cambio de puesto

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Todavía no aprendo a tomarme selfies en el ascensor.

Anoté en mi mano: “cambio de puesto”. Despedí a mi coach y seguí pensando en nuestra conversación acerca de ese interruptor que se activa tan rápido que casi no te das cuenta y ese switch del cambio de perspectiva. Es tan fácil decirlo: si no puedes resolver un problema, cambia tu forma de verlo. Pero cuando estás bajo la nube es imposible ver las luces, especialmente cuando llevas incorporada una tormenta de pesimismo.

Mi nuevo trabajo me recibe con los brazos abiertos. Una seguidilla de buenas noticias me mantienen en una euforia casi irreal. Para no perder el impulso, cada semana me siento en una mesa distinta. Mis compañeros son jóvenes, alegres, se juntan los fines de semana y suben videos cantando canciones con la lengua traposa. “Despacito, pasito a pasito”. Me parecen entrañables, auténticos, idolatro su goce y hasta les perdono que les guste el reggaetón. Quiero convertirlos a todos en personajes de cuento.

Al final del día algunos celebran en algún bar, mientras yo pedaleo a casa. El ritmo de dos ruedas tiene su magia. Esquivo a un borracho con la mirada perdida en el suelo, que aprieta una lata de Coca-Cola en la mano y avanza con extravagante convicción, es un loco heroico. En la vereda del frente un perro arranca para correr libre por unos minutos y su dueño lo llama a gritos. El viento despierta pero no cala. Por un instante siento que puedo ser feliz con una vida normal. Ir de la casa al trabajo y viceversa.
Surfeo con gracia mi mar de historias, sincronías, desencuentros. La euforia inicial da paso a una calma que podría ser muy bien la previa al sacudón. Ante cualquier evento, estoy preparada para saltar de mi tabla si aflora el miedo y pierdo el equilibrio, pero también para continuar deslizándome si esta pequeña ola me acerca hasta la orilla correcta.