Soy una pésima montañista, aunque he intentado serlo en forma persistente durante los últimos 7 años. Al parecer carezco por completo de las habilidades necesarias para ser una excursionista seria. Me cuesta levantarme temprano, demoro horas en armar mi mochila, soy tan miedosa que escalo sólo en top y puras rutas fáciles, siempre me quejo de los difíciles que son las huellas de caminata más comunes (sobre todo esas que no son realmente un sendero) y termino dedicándome más que nada al campismo, a pesar que heredé piernas de escaladora.
Inconstancia. Paso de estar entrenada a periodos extensos de sedentarismo. Después de unos pocos meses en el Paine estaba lista para subir y bajar lo que fuera. De allá me gustaba la seguridad de los senderos, porque sumado a mis otros tantos defectos, nunca he sido buena para orientarme. Ahora nuevamente disfrazada de oficinista y con una crisis de sopor invernal he perdido mi estado físico.
Libertad. Dejando de lado todos estos magnificados “peros”, internarse en Los Andes es una afición difícil de dejar. Siempre busco volver al ritual de dormir cuando llega la noche, despertar al alba, caminar unas pocas horas hasta contemplar con fascinación esas cumbres imponentes, elevadas hasta pinchar un cielo inmenso, ilimitado, sin interrupciones.
Una dormilona de penacho rojo me visita mientras escribo tendida en una roca. El sol pega fuerte en el Cajón de Las Arenas, que algunos llaman del Arenas por el cerro que le da ese nombre. A unos metros Edu y Samu prueban unas nuevas rutas deportivas instaladas cerca de la Pared de Jabbah. Al frente, unas nubes fantasmas se acercan al cráter del Volcán San José que lleva tres días completos despejada. Pienso que hubiera sido un día ideal para intentar su cumbre manchada por las historias de las cruentas ventiscas sempiternas que barren su corona rala.
Hicimos la tradicional peregrinación al Glaciar colgante El Morado y también recorrimos la pared llamada Diedro del Mai o Piedra Marina. Desde arriba se podía ver también parte del valle de la Engorda, lugares muy visitados por los caminantes y campistas, que podrían verse afectados por las faenas de Alto Maipo (aunque nos digan que no es así).
Dormimos en el famoso Choriboulder, que cada día tiene más sitios para escalar, y antes que se acabara el día nos dedicamos a escuchar las avalanchas que soltaba el cerro Arenas sobre sus faldas. Como era día de muertos, vivos y evangélicos, juntamos todos los feriados e hicimos un combo 4. Así que llegaron familias completas, escaladores, unos pachamámicos con sus trutrucas (sonaban peor que vuvuzelas), ciclistas, perros con y sin pulgas, motoqueros a celebrar con todo a la cordillera. No podía quedar fuera.