Le pedí al viejo pascuero que me trajera un frasco de paz interior y otro de claridad mental y el viejo CTM para variar me regaló un montón de cosas que no necesitaba. Cosas buenas y bonitas, cosas materiales. Pero voy a esperar a Día de Reyes a ver si espabila alguno de los magos y me hace llegar el pedido.
Y es que en medio de estos días de ajetreo y agote, añoro mis momentos de claridad mental, cuando estoy completamente segura de lo que veo, hago o digo, no tengo dudas y puedo tomar decisiones sin preguntarme dos veces ¿será lo mejor?
Aunque detesto las listas y los recuentos de fin de año, sirven para darse cuenta lo ricos que somos. Millonarios en abrazos, caricias, amigos y amor. Que tenemos hasta un gato que nos maúlla de sobra, una familia muy bella, un jardín donde todo florece.
Hay que admitir que estuvo buena la natividad. Visitamos y nos visitaron. Vino Daniel desde Valdivia, mi hermano Ro de Viña, comimos y celebramos con las familias de un lado y de otro. Y siguen llegando los regalos, mientras la inquietud cesa y mi corazón comienza a retumbar más tranquilo y acompasado.
De a poco se disipa el ruido mental, aunque ese ruido me frene las ideas y produzca párrafos insensatos pegoteados a la mala. Voy a seguir persiguiendo fantasmas, tomando las imágenes de un lugar para ligarlas a otro. Zurciendo el paño roto del pasado con sueños, tejiendo un tapiz que no se sabe dónde va a terminar ni si será útil. Poniendo asuntos en orden. Dejando los cajones de un escritorio vacíos para llenar otro nuevo.