El primer shock de la demolición se fue acrecentando, aunque creo que ya adapté a esta forma de hacer campismo en casa. La cocina se fue al patio. Los muebles que eran pocos y malos, así que se regalaron o terminaron arriba del camión de escombros.
Lo más grave es la falta de agua caliente, por lo que postulé la piscina como mi nuevo baño. Mis amigos me han ofrecido sus duchas por doquier, así que iré rotando de ducha en ducha hasta que se vuelva a instalar el amado calefont en la mía. Nunca pensé que un aparato tan insignificante tuviera tanta relevancia en mi burguesa vida.
A falta de agua caliente, tenemos internet. Y, bueno, también es necesario aunque me quita el mal olor.
Los encargados del trabajo son 3 tipos jóvenes, dos de ellos veinteañeros que se veían felices mazo y picota en mano, tumbando todo lo que se les vino por delante.
Ahora estamos reducidos a nuestra mínima expresión. Enjaulados por las cajas de objetos que nos resistimos a tirar, esperando hacernos el tiempo para ir a regalar algunos items coleccionables que hemos acordado, jugando a dónde quedó tal o cual, pero bastante organizados al respecto. Samuel pregunta dónde y generalmente sé la respuesta. Por eso, ahora me creo el hoyo del queque y ando brabucona por ahí… En el fondo, cada día estoy más impactada con este estado sin techo temporal. Pienso en los que no tienen casa y en los niños de África y todas esas cosas (broma).
Al menos a mi, aunque estoy toda gruñona y no quiero despegarme del proceso, ni las paredes de casa, todavía me queda lo principal: Samu, gato y el sueño de lo que espero pronto sea mi nuevo lugar.