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Otros héroes anónimos

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Quién iba a pensar que el oficio de repartidor se transformaría en uno de los más riesgosos y requeridos en estos meses aciagos. Cuando salgo a la calle, solo veo decenas de personas con sus grandes cubos en la espalda, muchos de ellos jóvenes, sobre su bicicleta o moto, yendo a la entrega del peligro. Parece que se multiplicaran, siempre con prisa, a veces incautos, llevando en sus espaldas esas bombas de potenciales virus. 

Supe de un tipo que no ha salido de su casa en los últimos dos meses y se contagió. El principal sospechoso fue el delivery, quien hizo la entrega o los dos o tres que manipularon el paquete antes llegar a destino. Pero si no nos podemos mover, necesitamos hacer que ciertas cosas vengan a nosotros. Por eso, este servicio es tan necesario en tiempos de pandemia.

Es el cumpleaños de mi madre así que busqué en mi teléfono la aplicación y apretando la opción “envío”, hice que mi virus viajara, envuelto en papel de regalo y adornado con una cinta roja, en la espada de uno de estos héroes sin capa. Todavía no sé si este regalo será el más caro de la historia, por las consecuencias que podría tener el arrojo de enviar la enfermedad oculta en buenas intenciones desde un lugar a otro. 

Voy a pensar que valió la pena sacarle una sonrisa a mi madre. Estoy segura que estos mensajeros, que se arriesgan a llevar ese gesto de casa en casa, se merecen un “¡GRACIAS!”, junto con la propina. Espero que cuando estén agotados o perdidos, con la mochila a un lado, mirando caer la noche, recuerden que llevaron alegría a alguien que lo necesitaba y que estos buenos pensamientos los protejan, porque el mundo no lo hará.

HOMENAJE A UN KOLOR DISTINTO

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Le gustaba esperar la hora dorada, esa de luz perfecta en que el atardecer hacía gala en el horizonte de la bahía. Entonces, se perdía por las calles de Valparaíso, siguiendo la línea de los cerros, desde el oriente por la Avenida Alemania. Al llegar a la zona de la ex-Cárcel recordó a un amigo que vivía cerca y, como solía hacer en estos paseos, llamó para ver si coincidían. Kurt abrió la puerta y lo llevó hasta una terraza que habían acondicionado con sus vecinos en lo que antes era un basural. Ahí lo golpeó la luz. “Se llama Equinoccio de Primavera”, dijo Kurt. Mientras la neblina se iba acumulando en lo bajo, este graffiti pintado sobre un edificio de 15 pisos emergía como un testigo del atardecer semi nublado, lo que hacía ver aún más exaltada la voluptuosidad de la bahía, con las primeras luces de sus casas encendidas. A Edu le parecía que los artistas le habían regalado un atardecer a los que miraban desde el poniente, con esos personajes que hablaban de la naturaleza y de cómo el sol y la luna se sucedían en un juego de luces y sombra que alimentaba a la tierra. Con su vista sobre la neblina densa y bajita, Edu se sintió, de pronto, iluminado.

Lluvia al desayuno

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Está lloviendo, ¡al fin! El sonido de las gotas en el techo, cuando ha estado por tanto tiempo ausente, es mágico. No soy la única en Santiago que añora la lluvia. Somos muchos los que nos ponemos nostálgicos y recordamos cuando las botas de agua eran necesarias en el invierno de esta ciudad que cada año está más seca. Un lugar donde existió el otoño y que hoy, como dice una amiga escritora, solo es un verano camuflado entre hojas secas.  

Este domingo la lluvia vino temprano a desayunar. Hace tanto que no la veía que me emocionó ver las gotas caer sobre el patio. Se dejó caer con calma y se despidió más pronto de lo que hubiera querido. Supongo que así como nosotros estamos asumiendo el encierro, este otoño asumió su condición de tal y se presentó trayendo un viento frío, que vuelve todo a la vida.

Por la tarde salió un sol calentito y se levantó ese aroma a tierra que me gustaría atrapar en un frasco para abrir cada mañana. 

Mañana escribiré sobre la lluvia, aunque haya dejado de caer. 

Cuarentona en cuarentena

Esto no es exactamente como imaginé mi año sabático, pero es lo que pedí. Tengo todo el tiempo del mundo para mí, en tres semanas he leído tres libros y medio (el medio es algo complejo así que me he demorado la vida), avanzado a razón de un párrafo diario con los arreglos de la novela (¡vamos que esta cuarentena lo hace! jajaj), visto tres series distintas, con sus temporadas, he vuelto a cocinar mi propia comida, hacer yoga y hasta limpié. 

 

Gato prestado más lindo

Gato prestado más lindo

Los primeros días fueron como una montaña rusa y todavía no soy capaz de llenar el maldito formulario para pedir la devolución de mis pasajes de avión. Algunos días me entra la ansiedad respecto a cómo nos tratará el virus, en especial por las malas decisiones del gobierno de los tiempos peores, ¿la gente que vive en la calle sobrevivirá a la pandemia? En el mundo, las bolsas colapsan y dicen que enfrentamos la peor recesión de la historia. Al principio comía todo el día, pero ya me relajé. No queda otra. Hay que guardarse y cuidarnos entre todos.  

 

Aunque esté en cuarentena, estoy consciente de mis privilegios. Siento que me saqué la lotería. Tenía que dejar mi casa la próxima semana, pero mi arrendatario/amigo accedió a retrasar los planes, a pesar que ya teníamos el contrato firmado. Había vendido la mitad de los muebles preparándome para el viaje pospuesto… Corrijo, ya estoy de viaje, aunque no me haya subido a ningún avión y no sea el que yo ni nadie en el mundo quería o esperaba. 

 

Viendo el lado positivo, un puma se paseó a pocas cuadras, la capa de ozono se está reparando y disminuyó el smog ¡Hasta mi acné satánico de cuarentona está retrocediendo! Conocí nuevas personas on line (gracias a los amigos de Beyond Storytelling compartí un sour virtual con la genial Alma Quiroga de Bogotá), mi compañera de casa me acompaña cada día, volví a hablar con los vecinos y hasta tengo un gato a préstamo que me regala ronroneos y amor incondicional (¿qué pensaría Gatisimo?).

 

Cada uno está en un torbellino mental distinto y al mismo tiempo estamos juntos en eso. No queda más que respirar profundo y pensar que algo bueno tendrá que surgir de todo esto.