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Escapadas: Un encanto de valle

Vivac en las afueras del encanto. Foto:Samuel Bravo S.

Vivac en las afueras del encanto. Foto:Samuel Bravo S.

Y nos largamos de la ciudad, con un poco de recelo por las casi cinco horas al volante que nuestro destino exigía. Tomamos la Ruta 5 Norte y pasando el sector Las Chilcas, comenzó una lluvia furiosa, resonante, que apenas dejaba ver la carretera. Esto nos impulsó a continuar con muy breves detenciones, como la imperdible parada para comer las empanadas fritas de Huentelauquén, junto a un néctar de papayas.

Era de noche y el clima estaba templado, así que tiramos nuestros sacos de dormir a los pies de un espino solitario en una planicie con vista a un gran valle, con numerosos sembrados. A lo lejos,  la cordillera que exhibía sus cumbres nevadas. La luna y las estrellas iluminaban la noche clara. Despertamos al amanecer con una luz rojiza en el horizonte y vimos salir el sol.

El petroglifo que inspiró el logo de viña Tabalí.

El petroglifo que inspiró el logo de viña Tabalí.

Reconfortados por el descanso, entramos al Valle del Encanto, famoso por sus petroglifos de la cultura Molle. Hay muchos, algunos en mejores condiciones de conservación que otros, algunos numerados con una impertinente pintura blanca, tal vez usada por un investigador poco prolijo. Al centro de todo hay mesas de pic-nic y quinchos para asado, por lo que no falta el grupo que lleva su reggaetón y se planta a asar una carne, sin importarles el maravilloso entorno.

El lugar es una vega donde además viven algunos pequeños ejemplares de un arbusto llamado papayo silvestre, el único que es endémico en Chile, porque la otra papaya que conocemos es introducida (si, qué decepción).

De ahí, pasamos por Ovalle y nos fugamos hasta Río Hurtado para visitar el Monumento Natural Pichasca, primer lugar donde se encontraron restos de dinosaurio en el país. Hay un refugio donde rescataron vestigios indígenas y varios troncos petrificados, extraídos en las investigaciones paleontológicas. El administrador, Juanito, es un guardaparque de los buenos. Lleva más de 12 años ahí y nos habló de las pinturas rupestres y del lugar, además de abrirnos las puertas de su casa.

Desde ahí empezamos el regreso a casa. Durante todo el tramo de la carretera nos acompañó la más densa niebla. Para escapar del frío, nos refugiamos en el Pirata Suizo de Los Molles, un comedor de 7 tenedores en el límite de la V Región. Excelente experiencia. Con la guatita llena y el corazón contento, no pudimos comenzar de mejor forma esta semana de cierre de ciclos*.

*El domingo es mi cumple.

 ** Todas las fotos son de Samuel Bravo.

Pichasca

Juan nos explica sobre los petroglifos y el deterioro de la cueva por la ganadería caprina.

De las posesiones y los vivientes

Foto: Samuel Bravo

Sentada sobre una roca granítica escribo sobre los vivientes de El Coligüe. De los de antes y los de ahora.

Para llegar a esta localidad atravesamos quebradas pobladas por matorrales, cactus, árboles y algunos habitantes, pasando por caminos de tierra por los que transitan pocos vehículos. Vinimos desde Illapel, tomamos el camino que lleva a Combarbalá y nos desviamos rumbo a Los Rulos serpenteando por una ruta arcillosa que subía por los cerros dejando a la vista la cordillera de Los Andes. Un poco desorientados nos encontramos a uno de los pocos moradores del sector. Su cabeza cana vestía con orgullo una chupalla de paja. Con sus ojos amables, nos tranquilizó: “Yo les voy a indicar y no se van a perder nada”.

“Ustedes siguen derechito no más”, dijo mostrándonos un intrincado camino de curvas. “¿Ven esas posesiones que están ahí en el cerro? Esa blanca. Hasta ahí llegan y le preguntan al viviente. Él maneja lo del sendero porque ahora hay que ir con guía”.

Primero paramos en una casa muy humilde, ubicada a un lado de la escuelita de El Coligüe. Una mujer nos señaló que deberíamos seguir un tramo más, usualmente ella también recibía a los visitantes, pero ahora no había nadie que pudiera hacer de guía, dijo mientras dos niños se escondían dentro de la casa. Afuera un perro negro enfermo, se echaba sobre basura desperdigada en el lugar.

Llegamos a la próxima casa y salió Pedro, con un loro sobre el hombro a saludarnos, interrumpiendo el comienzo del asado dieciochero. Nos acompañó en su camioneta, a la que se subieron también el hijo, Guillermo, y una sobrina que vino desde Antofagasta. Nos explicó cuáles eran los senderos de los petroglifos, que estaban marcados con una hilera de piedras a cada lado, y se despidió.

No alcanzamos a dar dos pasos y nos encontramos con los primeros petroglifos, que Pedro nos informó pertenecían a las culturas Molle y Diaguita (los primeros antecesores de los segundos). Mapas de ubicación, animales, figuras humanas, plantas, máscaras y dioses formaban parte de estos universos ancestrales grabados en las piedras de El Coligüe, perdidos entre cactus, litres, guayacanes y colliguay. Dimos pocas vueltas y encontramos decenas de estos dibujos en distintos estados de conservación.

Miramos desde lejos Los Andes, con sus escasos manchones de nieve por el invierno seco que ya se acaba con las fiestas patrias, Chile, chicha y empanadas.

Los vivientes de antes: nómades que llegaban para cazar. Ahora el guanaco es escaso y hay algunas iniciativas para reinsertarlo (wanaku.cl).
Los de ahora siembran trigo, tienen un par de almendros en flor y consiguen agua de vertientes subterráneas. Para un buen número su ingreso principal es la pequeña minería, por eso se pueden ver grandes cuevas en la roca sobre algunas de las casas.

Nosotros, los campistas, en auto y con carpa, vinimos a saludar a las almas de todos los vivientes de esta zona rica en arqueología e historias.

Cosas para recordar:
1. Pedro tenía a un loro de mascota, que se instalaba sobre su hombro y se quedaba ahí.
2. También escuchamos a otros loros en el sector que no habían sido domesticados, vimos a un carpinterito y por la noche escuchamos todo tipo de graznidos, trinos y lamentos de burros.
3. Sector El Espino: Petroglifos con figuras abstractas.
4. Sector Las Águilas: águilas dobles y triples.
5. Sector Los Sandillones: Lugar ceremonial. Se registra lo que podría haber sido una incipiente domesticación de guanacos.