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Somos lo que contamos

chChimuchina. Palabra chilena que significa “conjunto de cosas sin orden ni concierto” (rae.es). Quería cambiar el nombre a mi sitio por alguno que tuviera sentido y dejar atrás el tono algo peyorativo de escriboweas, sin dejar el toque irónico.

Este término plagado de ch que algunos le achacan al mapudungún tiene que ver con mi visión de la escritura, mis cuentos que muchas veces no tienen final ni desarrollo y empiezan con algo que no necesariamente puede llamarse un principio. Mi absoluta rebeldía contra la forma.

Y no soy la única que piensa así. La escritora Nancy Duarte tiene su propia teoría de que las buenas historias no siempre siguen la idea del comienzo, desarrollo y fin, sino que suelen recurrir al pasado y saltar al futuro de ida y vuelta (back and forth) hasta terminar con un deseo. Y se basa en dos grandes discursos del siglo XX para ilustrarlo.

Está en todas partes. Somos lo que contamos. El relato que creamos como personas y también como sociedades. Ninguna realidad vale más que la inventada por nosotros mismos. Y si es así, seguiré inflando esta chimuchina con más reflexiones, reclamos, discusiones, todas historias que se entrelazan para definir al más complejo acertijo de mi historia. Quién soy, lo que veo y que espero identifique a la mayoría de quienes están leyendo.

Bienvenidos a CHIMUCHINA.

El reino de las historias

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Anoche por fin vi Moonrise Kingdom, la última de Wes Anderson, un viaje muy estimulante para quienes amamos las buenas historias. Todo en ella está envuelto por un toque mágico. Parece que la cámara siempre nos está llevando a mirar por huecos en las paredes, a través de los binoculares de Suzy o desde la ventana del lado. Esos giros que cambian el punto de vista, me hacen recordar cómo era ser niña.

Me identifico, tal vez porque muchas veces me pareció que –como en esta película- los adultos eran una horda de seres confusos que no parecían tener la capacidad de estar a cargo. Tal como la profesora de Charlie Brown cuyos ruidos jamás entendimos, ellos aparecen enredados, confundidos, incapaces de entender la imaginación.

Como Sam y Suzy, en los 60, algunas décadas después los niños todavía vivíamos en el reino del “porque si”, donde inútiles peleas pidiendo permiso o explicaciones por algo siempre terminaban en un “porque si”, un “porque no” o “porque yo lo digo”. La falta de argumento siempre me hacían perder los estribos y solo me podía callar una bofetada. De ahí me iba a la pieza que compartía con mi hermana, masticando rabia, pegaba un portazo sonoro y me quedaba llorando, hasta que se me pasaba. Un día se me ocurrió sacar un libro de cuentos antiguo empastado, “Historias de los pueblos de la URSS” y me puse a leer cuentos que me llevaban a otro mundo, de esos que terminaban con los personajes malos muertos y no siempre vivían felices para siempre, porque igual todos nos morimos de viejos alguna vez, lo que me parecía mucho más sensato que lo de Blanca Nieves.

La ciencia de cuentear es parte de los que nos define como especie y hace varios años volvió a surgir como la última moda bajo el concepto de “storytelling”. Es fascinante pensar que todo lo que hacemos viene acompañado de su respectivo cuento. Incluso Carla Guelfenbein afirmaba en una columna que hasta para ir al médico te construyes un relato. Por eso, no está de más recordar las-22-reglas-de-pixar-para-crear-una-historia súper publicadas y difundidas el 2012, que me llegaron tarde y por Twitter, pero más vale tarde que nunca.