Santiago, 42 de agosto de 2017

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Es absurdo que agosto dure tanto. Es sábado por la noche y en vez de estar en la calle, estoy acostada con mi gato diagnosticado de cáncer. La herida misteriosa de su nariz era un carcinoma y ahora tengo que llevarlo a quimioterapia, donde una doctora inexperta lucha por encontrar su vena y él se enoja tanto que le muerde el dedo para que a ella también le salga sangre y después se hace caca.

Una estufa eléctrica recalentada produjo un incendio en la casa del lado. Llueve, la calle está cerrada por los bomberos. Subo al segundo piso a mirar cómo los bomberos recortan el techo de lata destapando las llamas. Gracias a la lluvia, nadie se asfixió, aunque la casa quedó inhabitable. ¡Aprendí a esquiar! Nico me enseñó. También me estresé y el estrés se me fue a los bronquios; las defensas a la chucha. Durante estas últimas semanas también hubo un atentado en Barcelona, Mayol se peleó con Jackson y, por fin, aprobaron el aborto en tres causales. Todo eso y más sucedió en agosto. Sé que a muchos les han ocurrido otras cosas, incluso peores. Por eso, no me siento sola con este desgano de querer mandar todo al carajo.

Hace pocos días las ortigas comenzaron a invadir mi jardín desde los bordes. Qué agote pensar en arrancarlas. Me tiro en el pasto e imagino sus verdes ramas pinchudas pasando sobre mí. Cierro los ojos y cuento mis respiraciones hasta que me duermo y sueño con un sol cálido. Cuando me despierto, una chinita camina por mi cara. Es la primera visita de la primavera que visita mi ciruelo florido. ¡Chao agosto y bienvenida primavera!

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