Otros héroes anónimos

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Quién iba a pensar que el oficio de repartidor se transformaría en uno de los más riesgosos y requeridos en estos meses aciagos. Cuando salgo a la calle, solo veo decenas de personas con sus grandes cubos en la espalda, muchos de ellos jóvenes, sobre su bicicleta o moto, yendo a la entrega del peligro. Parece que se multiplicaran, siempre con prisa, a veces incautos, llevando en sus espaldas esas bombas de potenciales virus. 

Supe de un tipo que no ha salido de su casa en los últimos dos meses y se contagió. El principal sospechoso fue el delivery, quien hizo la entrega o los dos o tres que manipularon el paquete antes llegar a destino. Pero si no nos podemos mover, necesitamos hacer que ciertas cosas vengan a nosotros. Por eso, este servicio es tan necesario en tiempos de pandemia.

Es el cumpleaños de mi madre así que busqué en mi teléfono la aplicación y apretando la opción “envío”, hice que mi virus viajara, envuelto en papel de regalo y adornado con una cinta roja, en la espada de uno de estos héroes sin capa. Todavía no sé si este regalo será el más caro de la historia, por las consecuencias que podría tener el arrojo de enviar la enfermedad oculta en buenas intenciones desde un lugar a otro. 

Voy a pensar que valió la pena sacarle una sonrisa a mi madre. Estoy segura que estos mensajeros, que se arriesgan a llevar ese gesto de casa en casa, se merecen un “¡GRACIAS!”, junto con la propina. Espero que cuando estén agotados o perdidos, con la mochila a un lado, mirando caer la noche, recuerden que llevaron alegría a alguien que lo necesitaba y que estos buenos pensamientos los protejan, porque el mundo no lo hará.

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