Primer día de colegio

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Suena la alarma de cierre de puertas del metro. Tomo una última bocanada de aire. Sé que no podré mantener la apnea hasta la próxima estación. No pretendo ahogarme por dos minutos, pero mi intención es mantener el impulso.

Sólo seis estaciones más. Hago equilibrio afirmada en la espalda de un desconocido. Se abren las puertas y bajan unos cuantos a la fuerza. Mi mochila queda atrapada entre las piernas de los que me atropellan. La recupero de un tirón y vuelvo a respirar profundo. Tengo mis audífonos y música para protegerme. 

Bajo en Manquehue y sigo la procesión. Somos un rebaño muy ordenado que hace fila para la escalera mecánica. Subo por la alternativa, cuento 101 escalones y siento que al menos hago ejercicio.

Parecemos un ejército de hormigas. Pronto recuperaré a mi renovada Dulcinea, que está en un proceso de mantención y embellecimiento extremo, y podré pedalear furiosa entre los oficinistas adormilados. En una esquina de Rosario Norte y me entregan un folleto explicativo sobre el nuevo cruce en diagonal, también conocido como “solución Tokio”. Prefiero cruzar entre los autos y con luz roja. Al menos, eso me queda de rebeldía.

La secretaria dice “es tu primer día de colegio” y me entrega un cuaderno universitario, lápices negro, rojo y azul, un mouse y dos destacadores. Es marzo otra vez y estoy sentada en el último puesto de un curso de 44, todas las caras son nuevas. Mi corazón oscila entre la resistencia al cambio y la alegría por este nuevo trabajo.
Estoy en Sanhattan y esta vez no como turista. Ahora soy una yuppie más, aunque sea una renegada. Son más de las doce y si fuera Cenicienta estaría en problemas, pero mi personaje está en una fiesta distinta. Una donde la protagonista no va a la fiesta a encontrarse con un príncipe, sino a dejar los pies en la pista de baile, celebrando que todavía queda mucho por conocer, probar y escribir.

Nada va a ser como antes

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Foto Nicolás Jarr en Chile por Da Pérez

Fue como escuchar el comienzo de una era. ¿Se puede oír algo así como un cambio de época? Me parece que sí. Estar entre el público que baila y se conmueve con los sintetizadores de Nicolás Jaar fue precisamente eso.

Era la noche del año nuevo chino en que el año del mono por fin dejaba de golpearnos con sus remezones para dar paso al año del gallo de fuego, que por desgracia se vaticina como ególatra y autoritario. Ya había quedado impresionada por su disco y la performance en vivo podría haber sido un set de DJs más. Su sonido en cambio es aplastante, categórico.

Un amigo opina que “es el eslabón perdido”. Y sí, lo es. Tiene algo de la nostalgia de los 90, mezcla cierta cadencia latina con beats pop electrónicos, pero es tan distinto que te hace sentir como si hubieras descubierto a Kraftwerk y New Order.

nicolas-jaarMi canción favorita dice “ya dijimos No, pero el Sí está en todo”. Es político y actual, aunque haga referencia al Plesbicito del 88, cuando creímos que nada iba a volver a ser como antes. “Y nada cambia” (…) “no hay que ver el futuro para saber lo que va a pasar”.

Las máquinas de humo que nublan a este genio de 26 años, me parecen una burla. Porque mientras el público baila hipnotizado Chile se quema. La campaña de desinformación crece al mismo tiempo que arden casas y árboles. Tal vez sea por la ola de calor que la gente no piensa y sólo repite o retwittea comentarios maleteros de otros.

Aunque parece que nada cambia, ya no soy la misma. Aprendí a reescribir mi historia. A tener el coraje de borrar lo avanzado, retroceder y volver a forjarla. Luché contra el miedo de embarcarme en este proyecto y supe pedir ayuda (gracias a las amigas del taller y a los amigos que han leído y releído conmigo). He estado mirando muy dentro de mi. He visto cosas que me duelen y quiero cambiar y otras que me gustan. Muchas veces he perdido la fe, pero este año tengo el propósito de reconquistarme.

Todavía falta mucho, pero lo estoy logrando. Estoy camino a terminar mi primera novela.

Adequacy

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Me echaron del gimnasio por entrar saltando la pandereta. Aunque no ocurrió más de tres veces, a un funcionario le ofendió mi acción. La medida de cancelar mi matricula es exagerada. Sin embargo, asumo que la inadecuada soy yo. ¿A quién más se le puede ocurrir pasarse por el muro? La terraza de mi oficina da directo a sus estacionamientos y hay una palmera que en dos pasos me deja del otro lado, ahorrándome cinco minutos de caminata bajo el sol.

Un coach me dijo que para encontrar trabajo debes ser adecuado. Saludar con la distancia justa, ser ubicado,“buscar el acomodo” como decía un sabio amigo, ser conveniente en ciertas circunstancias.  “Por ejemplo, Piñera es tremendamente inadecuado. Se sentó en el escritorio de Obama. Bachelet es muy adecuada”, me dijo. Pero el inadecuado también fue presidente y hoy nadie quiere a la presidenta. Detalles de las generalizaciones.

Estos últimos meses me he sentido inadecuada en varios compromisos sociales donde ser la eterna soltera sin hijos me convierte en una especie de aberración, una mujer de segunda categoría. Lo admito, soy tremendamente inadecuada, no sólo por saltar muros (y aclaro: ¡fueron sólo un par de veces!). Tengo una personalidad de artista atormentada sin dedicarme al arte. Por eso agradezco que exista un trabajo que me banca a pesar de mi ineptitud/inadecuación, así como amigos y familia que me aceptan (a veces).

Me pregunto si mi abuelo era igual de inadecuado. Para su familia, fue el peor de todos. La sociedad tenía una idea distinta. Simpático, bueno para el trago y los jales, mano abierta. ¿Será que para el resto se ponía un disfraz? No lo creo. Un personaje como él encaja perfecto en el rubro de la entretención, su rol tal vez era el de válvula de escape, bisagra para mentes menos rebeldes y aburridas.

Esto es un spoiler del libro de la historia de mi abuelo que estoy escribiendo. Espero ser adecuada para terminarlo y lo suficientemente inadecuada para publicarlo.

Crack

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Grafitti en calle Santa Isabel

Cra, cra, cra. Dice el pedal de la bicicleta. Trato de ignorarlo. Lo muevo y parece no tener problemas. Son casi las 10 de la noche y tengo sueño, mucho sueño. Sueño de sólo dormí dos horas. Pienso en bajar el cambio por si el cra, cra, cra se pone peligroso, pero quiero llegar rápido a casa. Mantengo la marcha y ¡crack!

Equilibro abriendo las piernas, el pedal salta a mitad de la calle, un peatón lo recoge, me lo devuelve. Sostengo el fierro en mi mano. Le saco una foto, la subo a Facebook. ¿No será mucho?
A mediodía mi tarjeta Bip! se había bloqueado sin motivo. ¡Recién le había cargado 10 lucas! Si la quiere arreglar, diríjase al centro Bip! más cercano ubicado a varios kilómetros de aquí. Opto por el camino fácil. Subo a la micro sin pagar, me hago la weona; “no sé qué le pasa a esta tarjeta”. “Y qué voy a saber yo, si es suya”, me dice el chofer. Soy oficialmente una evasora más del Transantiago.

Por eso, la imagen del pedal en el canasto de mi bicicleta me parece excesivo, innecesario. ¿Significa que otra vez mi vida está estancada? ¿Será una señal?  Estoy en Santa Isabel con San Francisco y si camino rápido estoy a una hora de casa. Justo hoy se me ocurrió usar tacos. Camino con la bicicleta a un lado, la mirada baja. Vivo el castigo, como si de alguna forma mereciera este día.

Al llegar al bar de René estoy a punto de renunciar y quedarme parada en la puerta con una botella de cerveza, amarrar la bici y pasarla a buscar otro día, otro mes, otro año. Cuando llego a Seminario ya me siento como Forrest. La gente me alienta con su mirada. ¡Run!, Cristina, ¡Run! Levanto los tacos, los hago sonar, /soy la reina de este lugar/. Los chicos muestran dedos arriba. Les sonrío.

En Girardi ocurre la catástrofe. Una cartulina rosada manda: “recicla tú basura” (SIC). Y entonces recuerdo que son casi todos unos conchasumadres, que le ponen acento al tú cuando no se debe, que sacan a pasear a sus perros y no recogen la caca, que son chaqueteros de puro chilenos que son, que los políticos nos meten el pico en el ojo y que ni en el fierro se puede confiar porque también se quiebra.

También me quiebro cuando leo esto y no suena tan bien como en mi cabeza. Si tengo suerte y sigo ensayando, cuando sea grande escribiré un ensayo que valga la pena. Y diré que valió la pena despertar hoy con el pie izquierdo. Que valió la pena no dormir, que valió la pena salir a trabajar, que valió la pena que se me pasó la micro, que no me sirve cualquiera. Que no importa si se cayó el internet, porque es casi medianoche otra vez y no te queda otra que escribir y ensayar. Escribir y ensayar hasta que funcione.

Cartas a mi

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Estimados y no tanto,

Después de quedarme pegada leyendo todos los libros de Zambra que pude obtener en las librerías, le robé una idea y es que quiero volver a escribir cartas. Algo así como “que vuelvan los lentos”, por decirlo de una forma romántica. El único problema es mi letra. Es tan fea que si un desconocido la ve, me pregunta si soy médico. Llegó a ser así por deformación profesional (eso de tomar notas al vuelo) y ha ido empeorando. De todas formas, la idea de escribir con lápiz y papel me parece una buena iniciativa. Por eso, les pido que quienes quieran recibir una carta, posteen abajo su nombre y dirección postal, para hacerles llegar mis palabras.

Prometo que les escribiré de mi puño y letra. Entender las garrapatas que salen de mis manos será de su exclusiva responsabilidad. De todas formas, intentaré hacer un esfuerzo para que mi letra sea legible. Sobre el contenido, les puedo asegurar que será una sorpresa. Si les gusta mi carta, pueden responder, o no. Si no les gusta o la encuentran fome, irrelevante, incoherente, carente de personalidad o simplemente banal, pueden reclamar por la misma vía o hacer sentir su furia en este blog o redes sociales. También pueden enviar puteadas al viento, pero no sería tan efectivo. Esto último, por supuesto, depende de ustedes.

Como este blog tiene muy pocas visitas, puede que nadie pida una carta [el público dice aaawww]. En ese caso las escribiré de todos modos y las entregaré por mano a los más cercanos (ya están advertidos). [Aplausos desanimados]

Espero que este ejercicio sea beneficioso para fortalecer nuestra amistad virtual o enemistad. Cualquiera sea el caso, estoy segura que será inspirador y estimulante volver a rayar esquelas (¿dónde se encontrarán esas de papel delgadito casi transparente como enceradas de las cartas de antaño?).

Atentamente,

La que nunca será suya, ni de nadie.

Chimuchina

El arcoíris

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*[Nota: Esto podría ser parte de mi libro “Desobediencia” que no sé si se publicará ni cuando].

He contado esta historia tantas veces que me parece extraño no haberla escrito antes. Tal vez la escribí en algún cuaderno con lápiz mina y después se borró con el tiempo. Era 1988 y por fin tenía 9 años. Me sentía grande. Mis padres leían el Fortín Mapocho y La Época. Escuchábamos radio Cooperativa y esperábamos juntos, en el dormitorio de mis padres que empezara la franja política del No. Era emocionante escuchar cada día el himno que ya nos sabíamos de memoria porque habíamos comprado la banda sonora de la franja en cassette. El Vals del No y la Alegría Ya Viene eran algunas de las canciones que daban vida a esta película de veinticinco capítulos, que se planteó el objetivo quitarle el miedo a los chilenos, para que se atrevieran a ponerle fin al mandato de Pinochet después de 15 años de dictadura.

 

A Pinocho, como le decíamos al dictador, lo odié -como muchos niños- primero por interrumpir las transmisiones de televisión con sus cadenas nacionales. Ya uno sospechaba que no era muy querido por las caras que ponían los padres cuando aparecía el caballero en la TV. Después te cuentan que mató a tres mil, los quiso desaparecer y lo logró, torturó a otros miles, niños, mujeres, no importaban porque eran comunistas.

 

En el colegio tenía una amiga que me contaba que su mamá había sido de la brigada Ramona Parra pero que ahora andaba cagada de miedo e iba a votar por el Sí. No lo entendía. ¿Era tan grande el miedo? Sí, era gigante. A mí no me tocó vivirlo. En mi familia nadie murió. El abuelo escapó pero a todos les parecía más oportunista que político. Mamá me contó que vio los cadáveres flotar río abajo en el Mapocho, que a algunos vecinos los acribillaron en las puertas de sus casas. Mi papá que vivía al lado de La Victoria también conocía esas historias. Para el golpe eran unos cabros chicos, 15 años, no militaban.

 

Ahora mis padres iban a las concentraciones a cantar y manifestarse, a gritar que No. Yo también cantaba: “vamos a decir que No con la fuerza de mi voz… Vamos a decir que no (oh-oh) yo lo canto sin temor”. Siempre quería ir con ellos. Nos contaron como la Norte Sur, la carretera Panamericana, estaba llena de bote a bote con gente, que era seguro que ganábamos. O sea, ganaba el No. El 5 de octubre fueron a votar y por la tarde no nos despegamos del televisor. Supongo que todo el país se comía la uñas mirando los despachos desde el Diego Portales. Al principio la diferencia no era tan elocuente. Pero cuando al caer la noche Cardemil empezó a poner cara de derrota y el general Matthei reconoció el triunfo opositor, las cartas ya estaban echadas. Se fueron a celebrar a Plaza Italia, con las banderas de Chile y la del No con su arcoíris, los colores de la diversidad, de la coalición que hizo la fuerza.
Dos días después, el viernes 7 de octubre, se convocó una manifestación por el triunfo del No en el Parque O’Higgins. Le pedí a mamá que me llevara, probablemente supliqué. Accedió. Tomamos una micro y luego fuimos caminando por una avenida Matta llena de gente. Cuando llegamos al parque estaba repleto, yo no veía nada. Hacía mucho calor y recuerdo que me sentía fatigada. Tocó De Kiruza y el rumor era que iban a tocar Los Prisioneros, pero se demoraron tanto que me aburrí y quise que nos fuéramos. Siempre me arrepentí de no haberme quedado a escuchar a Los Prisioneros, aunque desde donde estábamos apenas se veía el escenario. Por otro lado, capaz que era mejor salir temprano porque como siempre el asunto terminó con detenciones injustificadas y golpes a los manifestantes por parte de los pacos, los tiras infiltrados o los CNI. Pasó más de una década para ver a la banda de González, Narea y Tapia en vivo por primera vez y más encima sólo fue una vuelta por dinero. Ni ellos sobrevivieron al desencanto de la alegría que nunca llegó.

El largo camino a casa

 

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¿Dónde está tu casa? Un estofado caliente que cocinó la abuela, las tortas de mamá, los chistes de papá después de comer, las historias del abuelo en los cerros locales, tus pies en contacto con la tierra, las nubes lenticulares suspendidas en los cielos del Paine, el calor del fuego, la sonrisa de un amigo.

Hace unos días me sentí en casa, a pesar de estar a miles de kilómetros de mi ciudad. Comprendí que hogar es algo que llevas contigo a todas partes. Más que un lugar es un estar, un espacio en que te encuentras a ti mismo en armonía con los otros, en paz con la vida. Sentí las rocas, los glaciares, los senderos y hasta la tristeza de los árboles quemados en el último incendio. Vi la luna aparecer junto a los cuernos cuando todavía no cae la noche. Fueron días soleados de risas, caminatas y calor. Hice catarsis con las canciones que Los Jaivas tocaron en vivo dentro del parque. Disfruté del cariño y las risas de mi amiga Izabela. Saludé a viejos amigos y espero haber hecho algunos nuevos.

Volví a caminar. Estoy en casa.

M.E.T.A.M.O.R.F.O.S.I.S.

metamorfosis

“Estás percibiendo más el mundo”, dice mi amigo el psiquiatra. Mi ultrasensibilidad suena a poesía. Luego lanza nombres igualmente literarios: hipermetamorfosis, exageración de la atención, hiperprosexia.

Me lo imagino haciendo un informe de la situación antes de conocerme. Al tercer whatsapp confirmando la cita (por cierto, el psiquiatra me atendió pro-bono gracias a la gestión del incomparable Pérez de Chile, también conocido como Rodrigo, aka Zuricato).

  • Diagnóstico: personalidad ansiosa.
  • Síntomas: capacidad de atención alterada, imposibilidad de enfocarse y sustraerse de ciertos estímulos. Aumento de la producción de adrenalina, miedo a enfrentar al mundo. Manos sudadas, frías.

Lo escucho y tomo notas. Al rato me desconcentro, busco un bálsamo para labios en mi cartera. Dejo de buscar. Concéntrate- Gobiérnate- Sosiégate.

  • Causas posibles: Alexitimia o dificultad para expresar las emociones. En este caso, ciertas emociones.
  • Soluciones: reducir la cantidad de estímulos. Stop multitasking, start monotasking. (En las estrellas de esta semana Miastral dice: “eliminar distracciones es un acto de amor propio”). Lucidez. Traer luz a mi mente-cuerpo-alma. Restablecer el equilibrio, desde otro punto de vista.
  • Tratamientos sugeridos: farmacológico, homeopático, acupunturístico, aumentar ejercicio cardio.
  • Preguntas abiertas: ¿En qué sientes que te estás traicionando? Silencio. ¿En qué me traiciono? ¿En qué…? Rehusarse a soltar. Abandonar lo viejo y abrirse a lo nuevo.

Mientras, en el universo paralelo de la realidad, mi investigación familiar empezó a provocar cambios en el presente. Siento como si hubiera desatado fuerzas misteriosas, que afectarán el futuro de otros. Mirar atrás a veces abre puertas en el futuro. Aquí sigo jugando al equilibrista, tratando de aprender, soltando los apegos, dejando ir. Estoy lista. Llegó el momento. Bye bye, Birdie.

Otra forma de sentir el tiempo

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Mi corazón tiene ocho latidos por minuto más que lo habitual en estado de reposo. Lo sé porque medí las pulsaciones poniendo los dedos índices y medio de la mano derecha a dos centímetros de la manzana de Adán, según las instrucciones de un sitio web. Conté 39 latidos en 30 segundos. Como voy acelerada, siento que el tiempo avanza más lento, lo que me da tiempo de hacer mil cosas por minuto, pero también me desconcierta ver que mi trabajo está hecho y no pasaron 15 minutos del reloj. Estoy como los gnomos del Mundodisco de Pratchett. “Las criaturas pequeñas por norma general no viven mucho tiempo, pero si más de prisa (…) Para un nomo un año dura lo que 10 para un ser humano”. En mundodisco los humanos se mueven en cámara lenta.

Los latidos son regulares y fuertes, tanto como para despertarme cada ciertas horas del sueño con ideas para relatar. Así como el corazón, mis pensamientos funcionan más rápido. Para los que conocen la cabeza de una mujer entenderán que eso significa demasiado. Normalmente me preocuparía, pero mi sicóloga me dijo que sólo era un síntoma de ansiedad.

Semanas después mi ánimo con esta pataleta de mi cucharón ya no es el mismo. Llevo más de un mes con el síntoma, por lo que a mediodía me hice un electrocardiograma. La tecnóloga preguntó por el diagnóstico. Le iba a decir: taquicardia prolongada por síndrome de corazón roto o Takotsubo porque sonaba tan romántico, pero no quise mentir. A ella tampoco le importaba mi historia. Sólo comenté que creía era depresión. Escasea mi amor propio, pero no está todo perdido, al menos descubrí una nueva forma de hacer que el tiempo pase aún más lento. Soy una genio.

En el próximo capítulo, Cristina empieza a hablar de ella misma en tercera persona, asume que está deschabetada y acude al siquiatra con su electrocardiograma… to be continued.

 

Cuando seas grande

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1992

Lo primero que recuerdo cuando me preguntan qué querías ser de chica es que quería ser doctora. No debo haber sido tan pequeña, esto fue como a los 11 años. No llegué a pensar si soportaría ver sangre o muerte porque antes que fuera un deseo definitivo, tuve una revelación. Un hecho fundamental cambió para siempre el curso de mi vida.

Tenía 13 años y estaba en Primero Medio. La profesora de castellano, que también se llamaba Cristina, nos dio como tarea escribir un cuento. El mío resultó tan bueno que me felicitó ante todos y luego me recomendó asistir al taller literario del colegio que recién comenzaba. El taller lo llevaba Charito, también profesora y bibliotecaria penquista, que me abrió una ventana al mundo con los fuegos de Cortázar. La señorita Cristina me animó a participar en un concurso de ensayos nacional para estudiantes sobre Vicente Huidobro. Charito la apoyó y me puso a leer Altazor. Después de la lectura, me encomendé a la virgen y a los santos (en esa época era católica) y me largué a escribir en un bloc de hojas de roneo. Gané el segundo lugar. Fui la más joven de los ganadores. El premio eran muchos libros de poesía y novelas, además de 200 mil pesos, que me pagaban en cuotas mensuales. Una fortuna para una preadolescente como yo. Ese año participé en más concursos, gané un premio municipal de cuentos y quedé seleccionada en Tu Vida Cuenta, Cuenta Tu Vida, para participar en un taller de relatos cortos con la escritora Pía Barros.

Después de eso nunca gané nada más, a pesar que seguí participando en uno que otro concurso. A pesar de eso, seguí escribiendo. Decidí estudiar periodismo. Ahí me llegó la adolescencia maldita, me enamoré, me rompí el corazón varias veces, salí y cuando empecé mi carrera, con apenas 20 años, me dediqué al periodismo de espectáculos, olvidándome un poco de la escritura, aunque era algo que siempre estaba ahí.

Como de esto de escribir es un placer inevitable, en 2005 -año en que también aprendí a nadar- abrí el blog nebulosasmusicales, que luego cambió a escriboweas y a Chimuchina. Seguí escribiendo mi vida en esas páginas, a veces con regularidad otras a goteras. Cuando ya daba mi pasión por perdida, asistí a un taller donde conocí a las dos hermosas mujeres con las que fundamos nuestro taller literario. Este año, en día de reyes, recibí una gran noticia. Mi germen proyecto referencial ganó el fondo del libro, por lo que este año tengo como meta terminar la que espero será mi primera novela.